José-Miguel Palacios
BlogInteligencia sobre Rusia: los viejos analistas nunca mueren (¿o sí?)

Foreign Correspondent, Alfred Hitchcock (1940) |
José Miguel Palacios, 18 de septiembre de 2023 |
La comunidad occidental de inteligencia llegó al final de la Guerra Fría con una buena comprensión del mundo soviético y un importante número de analistas especializados en su estudio. El llamado “dividendo de la paz”[1] la afectó y, poco a poco, el conocimiento acumulado durante décadas, la sobresaliente capacidad analítica alcanzada, se fueron degradando. Con el tiempo, los analistas sovietólogos se fueron retirando o se reconvirtieron hacia otros temas o regiones (por ejemplo, la exYugoslavia en los años noventa; Afganistán, Iraq, Siria y el terrorismo en la década siguiente).
En los últimos años, Rusia ha vuelto a ser un objetivo importante para la comunidad occidental de inteligencia[2]. Y esta tiene que hacerle frente con unos medios humanos e intelectuales mucho más modestos que los que poseía hace tres décadas. Probablemente, ha sido posible recuperar a algún viejo kremlinólogo. Probablemente, un cierto número de analistas expertos en otras áreas o temáticas ha pasado a trabajar sobre temas rusos. Irremediablemente, una parte sustancial de los analistas que están encargándose del trabajo deben de ser jóvenes con escasa experiencia.
En las próximas líneas, ofrezco una breve discusión (personal y, por tanto, discutible) de las ventajas e inconvenientes de estos tres grandes grupos de analistas.
Los viejos kremlinólogos (Cold War Warriors)
Algunas de las ventajas asociadas con una larga experiencia como analistas, con décadas dedicadas al conocimiento de Rusia y del mundo postsoviético son:
- Memoria: excelente conocimiento de los antecedentes.
- Contexto: buena comprensión del entorno en que viven y actúan los líderes que investigamos, del espacio en el que desarrollan los procesos que nos interesan.
- Capacidad para seguir líneas de investigación muy variadas en temas que, a primera vista, no resultan obvios.
No todo son ventajas, sin embargo. Algunos problemas de los que frecuentemente adolecen analistas de este tipo son:
- Resistencia a reconocer señales de cambio. Tienden a interpretar todos los hechos que observan de acuerdo con los esquemas explicativos que su larga experiencia les ha hecho adoptar. Esquemas que, con frecuencia, se resisten a modificar.
- Tendencia a invadir el campo de acción del cliente político. Convencidos de que saben más y/o mejor que otros participantes en el proceso de toma de decisiones, algunos de ellos caen en la tentación de dar el siguiente paso: desarrollar una preferencia marcada por determinadas líneas de acción y valerse de su conocimiento especializado para intentar imponerlas.
Analistas experimentados, sin buen conocimiento de la zona
El uso de este tipo de analistas experimentados suele estar asociado a importantes ventajas:
- El haber tenido que enfrentarse a lo largo de su carrera con temas diversos les ha hecho (al menos, en muchos casos) prestar más atención a la metodología del análisis, a perfeccionar el uso de una serie de técnicas que les permiten abordar con éxito cuestiones muy distintas. Por el contrario, los superespecialistas, dedicados durante décadas al mismo tema, pueden tener una tendencia excesiva al uso de métodos intuitivos, no sistemáticos.
- La experiencia en diversos temas les puede permitir establecer conexiones transregionales o utilizar las lecciones aprendidas en uno de ellos para mejorar la comprensión de otro[3].
Su principal desventaja es producto de su larga experiencia (exceso de confianza en su propia capacidad), unida a su insuficiente conocimiento del tema concreto que están analizando. Esta combinación puede llevarlos a minusvalorar lo que cada país, región o tema, tienen de específico y a intentar reconducir el análisis de personajes, decisiones y situaciones hacia esquemas ya conocidos, que les han dado buenos resultados en otras circunstancias.
Analistas noveles
En una disciplina como la inteligencia, en la que la experiencia suele considerarse una parte importante del bagaje intelectual de los analistas, pueden obviarse algunas de las ventajas comparativas que poseen los más noveles. Por ejemplo:
- Entrenamiento más reciente y moderno.
- Mayor familiaridad con técnicas y herramientas actuales (en particular, con las proporcionadas por la inteligencia artificial).
- Humildad: en la mayor parte de los casos, no creerán que “se las saben todas”.
- Ímpetu: tienen que luchar para “hacer carrera”.
- Facilidad para reconocer elementos de cambio, novedades en la actuación de líderes o en la evolución de temas.
En la parte negativa, resulta obvio que la escasa profundidad de su conocimiento específico del tema objeto de análisis, así como la falta general de experiencia, pueden llevarles en algunas ocasiones a cometer errores analíticos graves[4].
¿Qué hacer?
Al final, el trabajo hay que hacerlo con los medios (humanos y materiales) de los que se dispone. En el caso concreto del actual conflicto de Occidente con Rusia, los gestores de organizaciones y equipos de inteligencia se enfrentan al reto de optimizar el uso de los recursos que tienen en sus manos (o que pueden movilizar en un plazo de tiempo necesariamente breve) a fin de ofrecer el mejor producto posible. Algunas ideas:
- Para aquellas cuestiones de inteligencia estratégica en las que resulte fundamental poseer (y ser capaz de transmitir) una buena compresión del contexto, así como de las motivaciones de los actores principales, siempre es bueno contar con analistas veteranos que posean un amplio y profundo (también en el tiempo) conocimiento del tema. Y si la organización no posee (o no posee ya) este tipo de analistas, tendrá que buscarlos en las llamadas “reservas de inteligencia”.
- Para inteligencia estratégica, cuando se trata de ver el “juego global” y trascender el problema concreto que nos ocupa, es bueno confiar en analistas veteranos con experiencia en varias regiones o temas. Aquellos que, además, hayan trabajado en estrecho contacto con los clientes políticos (o dentro de estructuras políticas) estarán particularmente bien preparados para ofrecer un buen producto de este tipo.
- Cuando se trata de formular predicciones acertadas, tanto a nivel estratégico como operacional o táctico (alerta temprana), hay que contar con “superpronosticadores”, es decir, con analistas con una capacidad especial y probada para prever la evolución de la situació. No siempre los analistas expertos son buenos pronosticadores[5].
- Para análisis táctico y operacional, particularmente cuando se realiza sobre la base de un potente sistema de obtención, los grandes expertos de área tienen pocas ventajas; el trabajo se puede hacer perfectamente con generalistas bien entrenados (incluso noveles), sobre todo si tienen una buena comprensión de los medios y técnicas más modernos.
La inteligencia, como disciplina, puede compararse a una buena paella. Admite todo tipo de ingredientes, siempre que se combinen con arte y se añadan a una base sólida. Un buen “coupage”, con aportaciones de origen muy diverso, es a menudo la solución óptima para dar una respuesta adecuada a los problemas con los que la inteligencia debe enfrentarse.
[1] De hecho, la aparición de este concepto es anterior a la desintegración del bloque soviético. Las discusiones sobre el “dividendo de la paz” eran ya muy populares en 1989, tanto en publicaciones académicas como en otros textos especializados. Véase, por ejemplo, Treverton, G.F. (1989/1990). The defense debate. Foreign Affairs, Vol. 69, No. 1. Pp. 183-196. https://doi.org/10.2307/20044294.
[2] Aquí, estamos dando por supuesto que la “comunidad occidental de inteligencia” existe. Quizá se trate de una cuestión que merezca una consideración más detallada, sobre la base de una sólida definición de “comunidad de inteligencia”.
[3] El Embajador norteamericano Robert C. Frasure, enviado especial a Bosnia-Hercegovina en 1995 (falleció el 19 de agosto, en un accidente de automóvil cerca de Sarajevo), había desarrollado gran parte de su carrera en diversos países de África. Por aquellos meses, se decía en Belgrado (medio en broma, medio en serio) que quizá no fuese mala idea que un experto en cuestiones tribales africanas intentara encontrar una salida al conflicto de la antigua Yugoslavia.
[4] Durante el conflicto de la antigua Yugoslavia, una parte sustancial de los funcionarios internacionales desplegados en la zona rotaba rápidamente, lo que se traducía en una pérdida casi irrecuperable de “memoria histórica”. En 1995-96, se comentaba en Belgrado que algunos personajes locales habían utilizado este continuo cambio de interlocutores para “reinventarse”, alterando partes importantes de su biografía (en particular, de sus ideas, conexiones y posturas pasadas). Un ejemplo bastante jocoso puede encontrarse en la película Gori Vatra, de Pjer Žalica, una versión bosnia del Bienvenido Mister Marshall de García Berlanga. Véase https://es.wikipedia.org/wiki/Gori_vatra.
[5] Philip Tetlock ha demostrado empíricamente que en algunas cuestiones, buenos analistas con una gran experiencia ofrecen predicciones que apenas son mejores que las que ofrecería un juego puro de azar. Véase Tetlock, P. E. (2005). Expert political opinion, how good is it? How can we know. Princeton, NJ: Princeton University Press. También Scoblic, J. P.; Tetlock, P. E. (2020). A Better Crystal Ball. Foreign Affairs. Vol. 99 Issue 6. Pp. 10-18.
El lenguaje de los informes de inteligencia

José Miguel Palacios, 1 de junio de 2023 |
Cuando consideran las diferentes fases del ciclo de inteligencia[1], académicos y profesionales suelen centrar su atención en las dos centrales, la obtención y la elaboración. Algunos autores, sobre todo aquellos más sensibles a los problemas de planeamiento, discuten también la primera fase, la de dirección. Más raramente encontramos referencias a la cuarta fase, la de difusión, “mediante la cual se hace llegar oportunamente el producto de inteligencia al usuario”[2].
Y, sin embargo, la fase de difusión tiene una importancia fundamental. Si queremos que la inteligencia sirva de verdad, si pretendemos que sea una contribución válida dentro del proceso de toma de decisiones, deberemos prestar una gran atención a lo que llegan a asimilar los destinatarios finales. Lo que la inteligencia-organización ha sido capaz de producir, pero no es bien comprendido por los clientes y, por ello, no se incorpora a su “memoria operativa”, no sirve de nada[3].
Por ello, la forma en que el producto de inteligencia (es decir, el resultado del trabajo de la organización) se presenta a los destinatarios finales tiene una enorme importancia. Los informes de inteligencia no son obras literarias y con ellos no se espera alcanzar un determinado nivel de belleza formal. El objetivo básico es que sean fáciles de entender y que su contenido se retenga sin dificultad y pueda ser utilizado por los destinatarios en el momento en que lo necesiten. Y sobre este problema es sobre lo que vamos a hablar en esta entrega del blog.
Escribir como para la radio
A menudo, los productos de inteligencia son presentados en forma oral a los clientes y demás consumidores[4], lo que obliga a que sean breves y tengan una estructura sencilla. Pero incluso los informes escritos se enfrentan con problemas similares. La edición 2014 del libro de estilo de la inteligencia europea indicaba en su primera página que “nuestros lectores son personas ocupadas y nuestros informes tienen que competir por su atención con muchos otros documentos”[5]. Por ello, los productos de inteligencia, tanto orales como escritos, se enfrentan a problemas similares a los que afectan a las noticias de la radio: consumidor (oyente) a menudo distraído, cuya atención hay que conseguir, e imposibilidad de volver atrás para oír de nuevo una frase o párrafo que no se haya entendido bien.
En lo que sigue, se exponen algunos consejos que el formador colombiano Tito Ballesteros[6] ofrece para mejorar la redacción de los programas de radio. Todos ellos son aplicables a los productos de inteligencia:
1) “Las oraciones deben seguir la estructura simple de “sujeto + verbo + predicado” y ser lo más cortas posibles”.
2) “Cada oración deberá estar separada de la otra por un punto y seguido”.
3) “Lo más recomendable es que cada oración tenga 20 palabras como máximo”.
4) “Los párrafos deben tener cuatro líneas como máximo y deben tener al menos dos oraciones separadas por punto y seguido”.
5) “Cuando en un párrafo existen oraciones subordinadas lo mejor es usar puntos y seguido y convertirlas en oraciones simples (sujeto+verbo+predicado). (…) Cuando las utilizamos (…) es más probable que las personas que nos escuchan no entiendan el mensaje. Por esta razón es mejor eliminarlas por completo”.
6) “El primer párrafo de una nota debe resumir el enfoque o la noticia, pues de esto depende si se despierta o no el interés [del consumidor] (…). En ocasiones suele ocurrir que lo más importante de la nota se menciona en los últimos párrafos, lo que puede convertirse en un grave error, tomando en cuenta que la atención debe captarse desde el primer instante”.
7) “Cuando sea necesario, debemos dedicar en la redacción al menos un párrafo al contexto o los antecedentes, con el fin de asegurar una comprensión de la noticia”.
8) Hay que evitar los gerundios. “Son una forma del verbo que indica acción, pero que no está definida por el tiempo ni por el número. No lo usamos porque siempre va acompañado de otro verbo “estar”, así que lo más recomendable es buscar una forma más breve y sencilla de decir nuestra idea”.
9) Hay que evitar también los adverbios terminados en “mente”. “Estas terminaciones siempre se pueden sustituir por palabras simples, cortas y más fáciles de pronunciar”.
10) Tampoco debemos introducir varios verbos en la misma oración. “Nuestra redacción y locución serán más claras, breves y sencillas si evitamos usar varios verbos seguidos en una sola oración”.
Lenguaje inclusivo
En los últimos años, la creciente popularidad del llamado “lenguaje inclusivo” y otras formas de lenguaje políticamente correcto hace que nos planteemos en qué medida debemos utilizarlo en los informes de inteligencia. Y, por desgracia, es un problema sin ninguna buena solución.
En principio, en los informes de inteligencia debería evitarse el lenguaje políticamente correcto. Por dos motivos, el primero, porque su uso hace que los escritos sean más largos y difíciles de comprender, algo que va directamente en contra de lo que hemos propugnado en el párrafo anterior. El segundo, porque un lenguaje políticamente correcto presupone la existencia de una cierta cosmovisión que trasladaremos al cliente/consumidor, lo que introducirá un sesgo que, quizá, ninguno de ninguno de los que participamos en el proceso seamos capaces de detectar.
Por otra parte, las organizaciones clásicas de inteligencia forman parte de la administración del estado y están obligadas a seguir las normas de estilo que la administración haya adoptado. En la gran empresa, ocurre algo similar. Además, algunos clientes/consumidores están muy sensibilizados y reaccionarán con irritación ante casos de uso de las formas tradicionales del lenguaje (con lo que se perderá el mensaje que la inteligencia quiere transmitir).
La Real Academia Española se ha referido recientemente a algunos de los problemas que plantea el “lenguaje inclusivo”: “Algunos autores y guías de lenguaje no sexista reducen la obligación de utilizar los desdoblamientos de género al lenguaje administrativo, así como a contextos de cierta solemnidad. Este intento de limitación es loable, pero también se ha de practicar con tiento. En estos momentos, el lenguaje administrativo se halla en un proceso que persigue la sencillez, la inteligibilidad, la claridad, la aproximación al lenguaje llano. Los documentos jurídicos y administrativos difícilmente soportarían más complejidades.”[7]
Lo dicho. No hay solución posible y no queda otra que dejarse guiar por el sentido común y aceptar la solución que en cada momento y lugar parezca la menos mala.
Conclusión
Tres ideas principales que deberíamos retener:
1) La difusión (transmisión al cliente/consumidor final) es una fase clave del ciclo de inteligencia. Solo lo que el cliente/consumidor final llega a asimilar tiene importancia.
2) Como regla general, los productos de inteligencia deben redactarse en lenguaje claro y simple.
3) Los modernos lenguajes políticamente correctos plantean un problema importante en la redacción de productos de inteligencia. No es posible (al menos, no lo es en estos momentos) dar ideas claras y de validez universal sobre la medida en que estos lenguajes deben ser utilizados en la redacción de productos de inteligencia.
[1] Para una descripción general del ciclo de inteligencia y una discusión en detalle de sus cuatro fases, véase Jiménez Villalonga, Rafael (2020, 2 de abril). El ciclo de Inteligencia: una explicación didáctica. Global Strategy Report 22/2020. https://global-strategy.org/el-ciclo-de-inteligencia-una-explicacion-didactica/ (acceso: 11.04.2023). El ciclo es un modelo ideal y no representa más que de manera aproximada el funcionamiento real del proceso de inteligencia. Para detalles sobre las insuficiencias del ciclo clásico y posibles formas de contrarrestarlas, véase Jordán, Javier (2016, 18 de enero). Una revisión del ciclo de inteligencia. Análisis GESI 2/2016. https://www.ugr.es/~jjordan/2-2016.pdf (acceso: 11.04.2023).
[2] Jiménez Villalonga. Op.cit.
[3] No sirve de nada en el esquema simplificado que traduce el ciclo. En la realidad, la organización también trabaja para acrecentar su conocimiento y su destreza, algo que le ayudará a proporcionar productos de mayor calidad en el futuro. Desde este punto de vista (no recogido de manera explícita en el ciclo clásico), resultados no bien asimilados por los clientes pueden también tener cierto valor.
[4] Pueden encontrarse numerosas referencias en la obra publicada por la CIA A Consumer’s Guide to Intelligence. https://es.scribd.com/document/16981173/CIA-Publication-A-Consumer-s-Guide-to-Intelligence (acceso: 31.05.2023).
[5] EEAS (2014). SIAC Style Manual, 2014 edition. Ref. Ares(2014)3709683 – 07/11/2014. Disponible en el Registro General del Servicio Europeo de Acción Exterior.
[6] Ballesteros López, T. (2023, 10 de Marzo). Manual de redacción para radios. Blog Radio en América (El Tiempo). https://blogs.eltiempo.com/radio-en-america/2023/03/10/manual-de-redaccion-para-radios/ (acceso: 15.03.2023).
[7] Real Academia Española (2020). Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas. P. 57. https://www.rae.es/sites/default/files/Informe_lenguaje_inclusivo.pdf (acceso: 27.03.2023).
La guerra de Ucrania: ¿hacia una nueva inteligencia?

Yvan Lledo-Ferrer[1] |
José Miguel Palacios, 3 de mayo de 2023 |
Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la serie de conflictos que, directa o indirectamente, derivaron de ellos (Irak, Afganistán, Siria, etc.), la inteligencia occidental ha estado orientada preferentemente hacia temas de seguridad[2]. Para los gobiernos, la lucha contraterrorista se convirtió en una prioridad absoluta y los servicios de inteligencia de todas las “familias” temáticas (exteriores, interiores, militares y técnicos) intentaron poner una parte substancial de los medios y recursos de que disponían al servicio de este objetivo común. Nuevas amenazas que a lo largo de estas dos últimas décadas fueron cobrando importancia (lucha contra el crimen organizado, ciberseguridad, contraproliferación, etc.) tienen también un carácter preferentemente securitario.
Pero nada es eterno. Nuevos desafíos inducen cambios importantes en las organizaciones. Yvan Lledo-Ferrer[3], un experto francés en cuestiones de inteligencia, acaba de compartir con los interesados en estas cuestiones una reflexión sobre la forma en que la guerra de Ucrania está afectando a nuestra visión de la disciplina. Lo ha hecho en un artículo corto que vale la pena leer con atención.
Mis dos peniques
Con independencia de que Yvan Lledo-Ferrer nos ofrezca algunas respuestas, su artículo es, ante todo, una invitación a que participemos en el debate que él nos propone, a que pongamos encima de la mesa nuestros dos peniques, que dirían los ingleses. Se trata de pensar cómo puede/debe ser la inteligencia en ese futuro que ya está aquí[4]. A la luz de la experiencia del conflicto de Ucrania, podemos avanzar algunas tendencias:
- a) La inteligencia militar, táctica y operacional, tendrá mayor importancia y en los países más avanzados absorberá una parte sustancial de los recursos económicos disponibles. Las modernas armas de alta precisión pueden marcar la diferencia en el campo de batalla, pero para que ello sea así el sistema debe ser alimentado con informaciones precisas (sobre localización de objetivos y amenazas), obtenidas y difundidas en tiempo real. En este terreno, estar a la altura de los tiempos terreno exige una altísima inversión en tecnología avanzada, que, además, hay que renovar de manera periódica.
- b) La inteligencia política clásica volverá a primer plano, tras dos décadas en que muchos servicios de inteligencia adoptaron un perfil casi policial. Cuestiones como las intenciones de líderes clave, el comportamiento de la población y la evolución de la economía (en los países objetivo) volverán a ser vistas como extremadamente relevantes.
- c) Mucha de la inteligencia de mayor interés para los decisores tendrá carácter prospectivo. Esto creará una paradoja insoluble para los interesados en el “control de calidad”: por la propia naturaleza de la prospectiva, será muy difícil determinar si el trabajo de la inteligencia es correcto o no, ya que las medidas preventivas que nuestro liderazgo político adopte modificarán necesariamente el futuro que la inteligencia había previsto[5]. Sin una gran confianza de los decisores en sus servicios de inteligencia, los productos de estos no tendrán más peso en el proceso político que las opiniones de fuentes alternativas de valoraciones estratégicas, como son asesores o periodistas.
- d) El apoyo a la comunicación estratégica (o “propaganda”) del propio bando pasa a ser una de las funciones principales de la inteligencia estratégica. Para que sea efectiva, para que la postura del servicio resulte convincente para la población, es importante que el gobierno realice un gran esfuerzo para cuidar el perfil público de su inteligencia, es decir, su prestigio profesional ante la sociedad a la que sirve[6]. Ello requeriría la reorientación, al menos parcial, de las prioridades de la llamada “cultura de inteligencia”: en lugar de centrarse en conseguir que los ciudadanos apoyen los presupuestos que se asignan a los servicios, debería buscar que acepten como buenas las informaciones y análisis que proceden de ellos.
¿Vamos en esa línea?
En una comparecencia pública desarrollada el 17 de abril de 2023, el Director de Inteligencia del CNI “explicó las cuatro áreas en las que se centra actualmente la inteligencia: inmigración ilegal, contraterrorismo, contrainteligencia y contraproliferación de armas no convencionales”[7]. Se trata de cuatro objetivos de carácter parapolicial que encajan perfectamente en el paradigma de inteligencia surgido tras los atentados del 11 de septiembre. No son reflejo de la inteligencia que viene, sino de la que hemos conocido durante las dos últimas décadas.
En cualquier caso, hay que tener en cuenta que, por la propia naturaleza de la inteligencia, las directivas y otras órdenes que los servicios reciben del gobierno no pueden ser conocidas en todos sus detalles. Y, como en la mencionada comparecencia se indicaba, “la pandemia de la covid-19, (…) y la ‘agresión’ a Ucrania por parte de la Federación Rusa han intensificado el ritmo de los cambios en los tres últimos años”[8].
En cualquier caso…
El gran problema de cualquier ejercicio, formal o informal, de “lecciones aprendidas” es que está enfocado a ganar la última guerra, no la próxima. Y podemos estar seguros: cualquier conflicto futuro será diferente del creado por la guerra de Ucrania (y, por cierto, también de la llamada “guerra contra el terror”, desencadenada a raíz de los atentados de las Torres Gemelas). Seguir ciegamente las lecciones del conflicto actual nos conducirá a estar mal preparados para el próximo.
Como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, la clave del éxito está en estudiar lo que ocurre, pero hacerlo con objetividad, desapasionamiento y, también, imaginación. Porque de este estudio debería surgir una reforma de nuestra inteligencia que la prepare no solo para hacer frente a los desafíos de ayer y de hoy, sino también para los que puedan surgir en el futuro.
[1] Lledo-Ferrer, Y. (2023, 21 de marzo). The transformation of intelligence services in light of the war in Ukraine. IRSEM Strategic Brief 57,
[2] “Seguridad” en sentido estricto, es decir, lo que en algún momento se ha llamado “seguridad interna”, un concepto que no se adapta bien a las realidades del mundo globalizado. En un sentido amplio, todo el trabajo de los órganos policiales, militares y de inteligencia está orientado a garantizar la seguridad.
[3] Para una corta biografía profesional, véase https://be.linkedin.com/in/yvan-lledo-ferrer-868a5bb.
[4] Radio Futura, 1980.
[5] Yvan Lledo-Ferrer hace referencia a este problema en el texto que abre este post.
[6] Por desgracia, es frecuente en medios de prensa de las más variadas tendencias políticas comparar a los miembros de la inteligencia española con Mortadelo y Filemón, lo que sirve para minar la fe del público en el producto que elaboran. Véase, por ejemplo, el encuentro digital del diario El Mundo con Manuel Cerdán y Antonio Rubio, 18 de septiembre de 2001. https://www.elmundo.es/encuentros/invitados/2001/09/114/ (acceso: 02.05.2023).
[7] Ver Heraldo de Aragón, 18.04.2023. https://www.heraldo.es/noticias/nacional/2023/04/18/cni-culmina-reorganizacion-interna-reforzar-seguridad-nacional-1645602.html (acceso: 29.04.2023).
[8] Ibídem.
Ley de información clasificada: un debate público de bajo nivel

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José Miguel Palacios, 14 de marzo de 2023 |
En agosto de 2022, el Gobierno hizo público al anteproyecto de la futura Ley de Información Clasificada[1], llamada a reemplazar a la vieja Ley de Secretos Oficiales de 1968 (ligeramente enmendada en 1978 para adaptarla al nuevo marco constitucional)[2]. A partir de ese momento, y durante varias semanas, se desarrolló un vivo debate público sobre el papel de los secretos oficiales en una sociedad democrática avanzada, así como sobre la mejor forma de compatibilizar la protección de los intereses del estado con la necesaria transparencia.
Con el tiempo, el debate fue languideciendo. Las dificultades para alcanzar acuerdos dentro de la mayoría parlamentaria han ido retrasando un proyecto que, en cualquier caso, nunca ha parecido prioritario[3]. En estos momentos, cuando parece probable que las Cortes no lleguen a abordarlo durante la actual legislatura, puede ser un buen momento para reabrir el debate y valorar algunos de los argumentos que más se han venido utilizando.
Vaya por delante que creo que se trata de un buen proyecto. Diseña un sistema plenamente compatible con los que existen en la OTAN, en la UE y en los principales países occidentales, no rompe con la práctica de las últimas cuatro décadas y ofrece soluciones a todos los problemas que la regulación provisional de los años ochenta no había conseguido resolver. Quizá el debate público en torno al proyecto no haya estado a la misma altura, aunque ello no es por culpa de los expertos que intervinieron en la redacción del anteproyecto.
Cinco argumentos falaces
Un buen texto, como es el del Anteproyecto de Ley, debería haber estimulado un debate público de calidad, un debate que permitiera mejorarlo. Por desgracia, no ha sido así. Por diversos motivos, muchos de los argumentos que más se han utilizado en favor o en contra de la reforma parecen poco consistentes. Por ejemplo, estos cinco:
a) Con la ley actualmente en vigor (la de 1968), no se puede tener acceso a determinados documentos que la opinión pública (o los especialistas) tienen derecho a conocer[4]. El problema con este argumento es que, en contra de lo que muchos han dicho, sí se puede. Nada impediría al Gobierno aprobar cada semana la desclasificación de una serie de documentos. Nada impediría tampoco que se aprobara en el primer Consejo de Ministros del año la desclasificación de todos los documentos con más de 25 años de antigüedad (por ejemplo, que en enero de 2023 se hubieran desclasificado todos los documentos clasificados de 1997). La Ley de 1968 no impone que sea así, pero nada en ella lo impide. Si hubiera voluntad política y se adoptaran las medidas organizativas oportunas, podría hacerse.
b) La ley es un ataque a la libertad de expresión, ya que permite al gobierno clasificar cualquier asunto que quiera mantener oculto y castigar con multas altísimas a los que osen informar sobre él[5]. Siempre son posibles los abusos, por supuesto, pero ello no implica que la normativa haya sido diseñada para favorecerlos. El que existan conductores temerarios que circulen a más de 200 km/h no significa que el Código de la Circulación ampare este tipo de conductas. Muy al contrario.
c) Con la ley, el control de los secretos oficiales pasa de Defensa a Presidencia[6]. Supone olvidar tres puntos importantes. 1) Que en la Ley de 1968, cada departamento ministerial era responsable del control de sus propios secretos oficiales. 2) Que a raíz del ingreso de España en la OTAN se creó una Autoridad Nacional de Seguridad, ejercida conjuntamente por los Ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa. 3) Que la Autoridad Nacional de Seguridad Delegada, que ha sido siempre ejercida por el Director del CESID/CNI, ha dependido ya de Presidencia cuando el servicio de inteligencia lo hizo.
d) Organizaciones internacionales exigían de España que actualizara su Ley de Secretos Oficiales[7]. A falta de detalles sobre quién, cómo y con qué autoridad ha exigido de España la reforma de su legislación sobre información clasificada[8], solo podemos constatar que entre los países miembros de la UE y los de la OTAN existen modelos muy diferentes y niveles de clasificación distintos, por lo que hasta ahora los esfuerzos han ido encaminados a que los sistemas nacionales resultaran compatibles. Ello se ha conseguido, fundamentalmente, de dos maneras: aprobando tablas de equivalencias de los grados nacionales de clasificación[9] y adoptando el principio de que cada país acordará a la información clasificada cedida por otros países u organizaciones una protección no inferior a la que recibiría la información nacional con clasificación equivalente. Adicionalmente, mediante la firma de acuerdos bilaterales para la protección de la información clasificada[10].
e) Había que modificar la anterior ley, porque era “franquista”[11]. Argumento que supone no comprender cómo funcionan los regímenes autoritarios y totalitarios. Para quien desea ejercer sin trabas un poder absoluto, la falta de ley es siempre la mejor opción, ya que cualquier ley implica una regulación (una limitación, pues) de su capacidad de actuar. De hecho, durante más de tres décadas (entre 1936 y 1968) el franquismo no necesitó ninguna legislación sobre secretos oficiales.
El problema de quién clasifica
Para algunos comentaristas, dado que la clasificación supone una excepción al criterio general de transparencia, debe hacerse, al menos, con las máximas garantías. Que no pueda cualquier mindundi clasificar lo que le venga en gana. Por ello, aplauden que el anteproyecto elimine las competencias que en la Ley vigente tiene la Junta de Jefes de Estado Mayor, órgano que, por cierto, hace casi veinte años que no existe. Y lamentan que en las categorías inferiores (confidencial y restringido) la competencia de clasificación “se dispersa en una gran variedad de altos cargos con ninguna garantía en cuanto al procedimiento de clasificación”. Y, continúan con sus quejas. “para colmo, se prevé expresamente en el art. 5 que estas facultades sean delegables”[12].
El problema que se genera es de tipo puramente práctico:
a) Una parte importante de la información de nivel secreto y alto secreto sería inteligencia política o estratégica destinada a la Presidencia del Gobierno o a miembros del Gobierno. Paradójicamente, esta información particularmente sensible no podría ser clasificada hasta que el Consejo de Ministros conociera su contenido. Es decir, hasta después de que ya hubiera sido transmitida a sus destinatarios finales.
b) Información de carácter militar o policial. ¿Queremos que el Consejo de Ministros conozca, discuta y clasifique el plan de seguridad de un determinado acuartelamiento, la orden de operaciones de una Brigada desplegada en zona de combate, datos operativos sobre una acción policial contra un peligroso terrorista?
La reacción normal del sistema consistiría en renunciar en la práctica a los dos niveles superiores de clasificación y concentrar la producción en los niveles Confidencial y Restringido, adoptando para ellos a nivel reglamentario las medidas de protección más estrictas que resultara posible. El problema es que, con los plazos de desclasificación automática que prevé el Anteproyecto (máximo de diez años no prorrogables para la información confidencial; máximo de seis para la restringida), esta reacción sería insensata. La divulgación de análisis de inteligencia relativos a líderes extranjeros puede resultar embarazosa en aquellos casos en que dichos líderes sigan siendo políticamente importantes. Documentos estableciendo medidas de seguridad pueden dar indicaciones sobre vulnerabilidades que, en alguna medida, pueden seguir existiendo, así como sobre la forma en que nuestras organizaciones hacen frente a los problemas con los que se enfrentan.
La alternativa más práctica sería que el originador fuera el encargado de asignar el nivel inicial de clasificación, sin perjuicio de que órganos superiores pudieran alterar dicho nivel con posterioridad.
Los niveles de clasificación
Los niveles tradicionales de clasificación, que son los que el anteproyecto utiliza, surgieron en la época en que la documentación clasificada se producía, se transmitía, se utilizaba y se almacenaba en formato papel. Cuatro niveles de clasificación suponían, en principio, cuatro sistemas (crecientemente complejos) de conservación, transmisión y acceso, cuatro niveles de habilitación de seguridad, cuatro tipos de “zonas clasificadas”, etc. En la práctica, todo esto resultó ser excesivamente complejo, de manera que:
a) En algunos países, no existe el nivel “restringido”, que se confunde con el “de uso oficial”. Es el caso de Bélgica, Francia, Alemania, Bulgaria, etc.
b) En la práctica, organizar zonas de trabajo distintas para documentación Confidencial y documentación Secreta resultó ser muy engorroso, con lo que el primero de estos niveles, si bien se utilizó bastante en la producción de documentos, tuvo un uso muy limitado en la organización de espacios y en la concesión de habilitaciones. Por ello, cuando en la OTAN o la UE se publicaba una oferta de trabajo con exigencia de habilitación de seguridad, esta era, al menos, de nivel NATO (EU) SECRET.
En las condiciones que reinan en la actualidad, el sistema tradicional de cuatro niveles de clasificación tiene aún menos sentido. Por una parte, cada nivel de clasificación debería corresponder a una red informática distinta, con posibilidades mínimas (y muy controladas) de transferir información entre ellas. Es complicado y poco práctico. Por otra, la determinación de la necesidad de conocer, que era compleja en los viejos tiempos de la documentación en soporte papel, es ahora mucho más fácil de implementar mediante la creación de perfiles diferentes para los distintos usuarios.
Como consecuencia, es factible reducir la información que se procesa a dos únicos niveles, la “clasificada” (digamos, “Secreta”) y la de “uso interno”. A ellos, se podría añadir un supernivel, el “alto secreto”, que, por las garantías adicionales de seguridad que requeriría, solo podría implementarse para un número muy reducido de documentos/informaciones y de usuarios[13].
Es lo que está haciendo el Reino Unido a partir de 2014[14].
Algunas pregunta al lobo (Aauuu…)
a) Si la protección de la información clasificada se configura en el anteproyecto de ley como una excepción al principio general de transparencia, ¿no sería más sencillo reformar la Ley 9/2013 de 9 de diciembre y remitir todos los detalles prácticos al desarrollo reglamentario posterior?[15]
b) Dado que la legislación española reconoce otros tipos de “secretos” que limitan la transparencia (deliberaciones del Consejo de Ministros, sesiones de la llamada Comisión de Secretos Oficiales, secreto del sumario, etc.), ¿no sería mejor, para evitar ambigüedades, tratar todos ellos de una manera uniforme, dentro del mismo texto legal?
c) Dado que en la actualidad existe una clara tendencia a que la información clasificada se transmita de forma oral, en reuniones o brífines, ¿no sería bueno regular explícitamente estas modalidades? Aunque el anteproyecto se habla de “información clasificada”, en él se presupone que está registrada sobre un soporte permanente, bien clásico (papel), bien electrónico.
d) ¿Hay una idea clara del volumen de trabajo que la puesta en práctica de esta ley requeriría? Esto se refiere, en particular, a la revisión de la información de nivel “secreto” y “alto secreto” para valorar la conveniencia de prorrogar su plazo inicial de clasificación, pero también de los documentos de cualquier nivel de clasificación en cuya elaboración se hayan tenido en cuenta informaciones facilitadas por otros países o por organizaciones internacionales y entes supranacionales.
[1] https://www.mpr.gob.es/servicios/participacion/Documents/APL%20Informacio%CC%81n%20Clasificada.pdf (acceso: 11.03.2023).
[2] Texto original y revisado en https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-1968-444 (acceso: 11.03.2023).
[3] El pasado 29 de enero (de 2023), El Confidencial titulaba: “La ley de secretos acaba en el cajón por los retrasos y la falta de consenso”. Véase https://www.elconfidencial.com/espana/2023-01-29/ley-secretos-oficiales-descuelga-legislatura_3565435/ (acceso: 10.03.2023).
[4] Según el diario 20 minutos, la Ministra de Defensa, Margarita Robles, declaraba a principios de agosto de 2022 que la nueva ley era «absolutamente necesaria» porque «es bueno que la sociedad pueda conocer hechos de su pasado». https://www.20minutos.es/noticia/5037570/0/robles-partidaria-de-la-desclasificacion-de-los-documentos-sobre-el-gal-y-el-23f-con-la-nueva-ley-de-secretos/ (acceso: 28.08.2022).
[5] El digital El Debate titulaba así uno de los muchos artículos que ha dedicado al tema: «La profesión periodística se planta ante la nueva Ley de Secretos: “Lucharemos contra los que quieren recuperar la censura’». https://www.eldebate.com/espana/20220816/profesion-periodistica-contra-nueva-ley-secretos-oficiales-xxx_54734.html (acceso: 28.08.2022).
[6] El Confidencial titulaba el 27 de mayo de 2022: “Sánchez entrega a Bolaños el control de los secretos oficiales que Robles pidió para el CNI”. https://www.elconfidencial.com/espana/2022-05-27/sanchez-entrega-bolanos-control-secretos-oficiales-robles-pidio-cni_3431769/ (acceso: 10.03.2023).
[7] También según 20 minutos, la Ministra Robles ha sostenido que la reforma de la Ley de 1968 «era una reclamación de la OTAN y la Unión Europea». https://www.20minutos.es/noticia/5037570/0/robles-partidaria-de-la-desclasificacion-de-los-documentos-sobre-el-gal-y-el-23f-con-la-nueva-ley-de-secretos/ (acceso: 28.08.2022).
[8] En la Exposición de Motivos del Anteproyecto de Ley se dice: “Desde hace varias décadas existe una preocupación generalizada en el ámbito de la Unión Europea (UE), de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Agencia Espacial Europea (AEE) en relación con la información clasificada que se produce en sus Estados miembros. Esto ha motivado la firma de diversos Tratados Internacionales que han perseguido establecer unos estándares uniformes de tratamiento de esta información, procurando que los intercambios que se produzcan gocen del máximo nivel de seguridad posible”. No es lo mismo que lo que algunos comentaristas han señalado.
[9] Puede, por ejemplo, encontrarse una tabla de equivalencia de los niveles de clasificación de los países miembros de la UE en la página 17 de Les documents classifiés à la lumière du traité de Lisbonne, producido por la Dirección General de Políticas Internas del Parlamento Europeo en 2010. https://www.europarl.europa.eu/meetdocs/2009_2014/documents/libe/dv/pe425616_/pe425616_fr.pdf (acceso: 10.03.2023).
[10] Véase, por ejemplo, el Acuerdo entre el Reino de España y el Reino de los Países Bajos para el intercambio y la protección mutua de la Información Clasificada, de 23 de septiembre de 2021. Incluye una tabla de equivalencia de los respectivos niveles de clasificación (artículo 4), así como el compromiso de la parte receptora de otorgar “a la Información Clasificada facilitada por la Parte de Origen el mismo nivel de protección que se da a su Información Clasificada nacional con un Grado de Clasificación de Seguridad equivalente” (artículo 6). Disponible en https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2022-14273 (acceso: 12.03.2023).
[11] Un artículo publicado por El Independiente el 29.01.2020 se titulaba, de manera muy significativa, “La norma franquista que invoca el Gobierno para no dar información”. https://www.elindependiente.com/espana/2022/01/29/la-norma-franquista-que-invoca-el-gobierno-para-no-dar-informacion/ (acceso: 28.08.2022).
[12] Véase, por ejemplo, Elisa de la Nuez Sánchez-Cascado (24.10.2022). El Anteproyecto de Ley de información clasificada: Un retroceso para la transparencia y rendición de cuentas. Blog Hay Derecho. https://www.hayderecho.com/2022/10/24/el-anteproyecto-de-ley-de-informacion-clasificada-un-retroceso-para-la-transparencia-y-rendicion-de-cuentas/ (acceso: 10.03.2023).
[13] Hace unos años, el observatorio Statewatch solicitó al Consejo de la Unión Europea información sobre el número de documentos clasificados que habían sido producidos o utilizados por el Consejo entre 2001 y 2012. Entre ellos, no había ninguno de nivel EU TOP SECRET. https://www.statewatch.org/media/documents/analyses/no-240-restricted-documents.pdf (acceso: 13.03.2023).
[14] Wikipedia contributors. (2022, January 22). Government Security Classifications Policy. En Wikipedia, The Free Encyclopedia. https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Government_Security_Classifications_Policy&oldid=1067202052 (acceso: 13.03.2023).
[15] Como acabamos de ver, en el Reino Unido los niveles de clasificación no están regulados por ley, sino a nivel reglamentario (Policy).
Oferta preelectoral del PP: ¿hacia una verdadera comunidad de inteligencia?

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José Miguel Palacios, 27 de enero de 2023 |
Cuando un partido lleva ya varios años en el poder, su capacidad de innovación es limitada. Y es que la realidad de la lucha política lo pone a la defensiva, obligado como está a asumir y defender la labor realizada hasta entonces.
Muy distinta, y más agradecida, es la situación del partido que lleva varios años en la oposición. Con frecuencia, a su frente ya no se encuentra el mismo liderazgo que lo conducía cuando estuvo por última vez en el poder y, en cualquier caso, la memoria humana (a pesar de las hemerotecas digitales) es frágil. Para ese teórico partido opositor, el pasado ya no existe, al menos en términos de política real. Se encuentra, pues, en el momento ideal para proponer reformas valientes. Algunas de las cuales (y esto es lo paradójico) podrían haber sido propuestas por el otro partido si las posiciones relativas estuvieran cambiadas.
En el Plan de Calidad Institucional que el PP presentó el pasado 23 de enero de 2023 se incluyen sesenta propuestas con las que ese partido pretende acometer la “regeneración democrática de nuestro país”[1]. Una de ellas, la 34, se refiere al CNI y trata con cierta extensión varias cuestiones importantes que afectan al trabajo del servicio, pero también al funcionamiento del sistema de inteligencia español en su conjunto. Entre ellas, las que se refieren a la nonata comunidad de inteligencia: “Se desarrollará legislativamente la misión del Secretario de Estado como Autoridad Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia y, consecuentemente, se pondrá en marcha la Comunidad de Inteligencia de España”[2].
¿Por qué se crean (para qué sirven) las comunidades de inteligencia?
Existen cuatro razones principales para que un país constituya una “comunidad de inteligencia”:
1) mejorar la coordinación entre los servicios cuando existe un grado notable de superposición de competencias entre algunos de ellos;
2) garantizar la complementariedad del trabajo de los servicios de inteligencia cuando el solape entre sus competencias es pequeño;
3) producir inteligencia estratégica sobre la base de toda la información de la que disponen los diferentes servicios;
4) ningún motivo en particular; simplemente, porque otros países de nuestro entorno y nivel también lo han hecho.
La constitución de una comunidad de inteligencia no es el único modo de coordinar el trabajo de los servicios. La Presidencia (Presidencia del Gobierno, Oficina del Primer Ministro), que en la mayor parte de los países es el cliente último de todos los servicios de inteligencia, puede ser la que asuma la tarea de la coordinación (básicamente, controlando los escalones superiores de los mecanismos de planeamiento y priorización), distribuya los recursos y resuelva posibles conflictos. Es el sistema que siguen países como Alemania o Rusia, entre las grandes potencias de inteligencia, y la mayor parte de los países medianos y pequeños.
Estado de la cuestión en España: ¿hay margen para mejorar?
La impresión general de los observadores externos es que la comunidad de inteligencia española (por el momento, puramente informal) no funciona adecuadamente[3]. O, lo que es lo mismo, que se trata de un “concepto” (o una “aspiración”), más que de una realidad.
Si analizamos los diversos componentes de la mayor parte de las “comunidades de inteligencia” bien organizadas, vemos que en España:
a) Sí existe una dirección común, pero está situada fuera de la “comunidad” (la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos de Inteligencia). En cualquier caso, no se trata de un órgano demasiado efectivo, ya que carece de una estructura permanente que apoye su trabajo. Aunque en la ley existe también una Autoridad Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia, carece de los medios y de las competencias necesarios para desempeñar funciones de coordinación.
b) No existe una lista de los servicios que constituyen la comunidad. En general, se suele considerar que son el CNI, el Servicio de Información de la Guardia Civil y la Comisaría General de Información (Ministerio del Interior), así como el CIFAS (Ministerio de Defensa). Algunos incluyen también los servicios de información de los Mossos d’Esquadra y de la Ertzantza.
c) No se dispone de una legislación común, aplicable al conjunto de la comunidad de inteligencia. La que existe es de carácter general (no específica de la inteligencia) o se refiere en exclusiva al CNI.
d) Aunque se cuenta con un centro sectorial de coordinación (el CITCO, sobre crimen organizado y terrorismo), depende del Ministro del Interior, no de la comunidad de inteligencia.
e) Hay también un elemento que puede considerarse común a toda la comunidad de inteligencia, el Centro Criptológico Nacional. Orgánicamente, forma parte del CNI.
Si nuestro país decidiera en un futuro no muy lejano constituir una comunidad formal de inteligencia, tendría que cubrir las lagunas del actual sistema, así como acabar con sus ineficiencias. En un mundo ideal, habría que:
a) Enmendar la ley del CNI (o elaborar una nueva) para que la legislación sobre inteligencia afecte al conjunto de la comunidad y a todos los servicios componentes.
b) Otorgar a la Autoridad Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia las competencias que necesita para ejercer la coordinación del trabajo de los servicios, sin perjuicio de la autonomía de cada uno de ellos. Crear un órgano de apoyo lo suficientemente potente como para que la Autoridad Nacional pueda ejercer en la práctica esas funciones de coordinación.
c) Volver a situar el CNI y a su Director bajo la dependencia de la Presidencia del Gobierno. Es muy difícil coordinar el trabajo de organismos dependientes de diversos ministerios cuando no se está situado en el lugar idóneo dentro del organigrama de la administración.
d) Subordinar el CITCO a la Autoridad Nacional de Inteligencia.
e) Crear estructuras comunes que puedan trabajar en beneficio del conjunto de la comunidad de inteligencia. En particular, podríamos pensar en una “oficina de análisis estratégico”, que hiciera su labor sobre la base de la inteligencia facilitada por todos los servicios, una “oficina nacional de clasificación y desclasificación” encargada de gestionar el sistema de información clasificada, una “academia de inteligencia” que cubriera las necesidades de formación de todos los servicios componentes y una “oficina de relaciones externas”, que gestionara de manera unificada las de todos los servicios que componen la comunidad[4].
A modo de conclusión
La inteligencia está siempre al servicio del sistema de toma de decisiones y se adapta a él. La peculiar organización de nuestro sistema de inteligencia está muy relacionada con las particularidades de nuestro proceso de toma de decisiones, que, por lo que se refiere al nivel estratégico, se desarrolla casi exclusivamente en círculos políticos, con una participación reducida (y, sobre todo, formal) de los funcionarios. Los llamados “papeles de Manglano”[5] sugieren que, al menos hasta 1995, lo que sus jefes políticos más apreciaban del Director del CESID (y por extensión, del servicio) era la lealtad y la discreción. Para ellos, el CESID se veía más como un “servicio secreto” que como un “servicio estratégico”.
Han pasado muchos años y otra forma de organizar el trabajo de la inteligencia española es, desde luego, posible y, quizá, también deseable. Requeriría, en cualquier caso, que se produjeran cambios profundos en la forma en que nuestros responsables políticos adoptan decisiones y en las expectativas que tienen sobre el trabajo de la inteligencia. Por el momento, y como comentaba hace pocos años Fernando Velasco, “la clase política, al menos la española, tiene un profundo desconocimiento del papel de la inteligencia, de sus competencias, de su valor añadido y de su funcionamiento”[6].
La verdadera cultura democrática supone la existencia de una amplia zona de consenso en aquellos temas (Interior, Exteriores, Seguridad y Defensa y Economía) en los que debe existir una “política de estado” que sobreviva a los lógicos cambios al frente del ejecutivo. Si es así, si esos grandes temas se sustrajeran a la “pequeña política”, aumentaría el valor del asesoramiento experto que nuestros dirigentes reciben de las estructuras especializadas de la administración del estado. Por ejemplo, de la inteligencia. La conformación de una comunidad de inteligencia funcional pasaría a ser una necesidad prioritaria.
1] Véase https://www.pp.es/sites/default/files/documentos/plan_de_calidad_institucional_pp.pdf (acceso: 25.01.2023).
[2] Formalmente, el Secretario de Estado Director del CNI ya es Autoridad Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia, según el artículo 9, apartado 2.f, de la Ley 11/2002, de 6 de mayo, reguladora del Centro Nacional de Inteligencia.
[3] Véase, por ejemplo, Rodríguez, Jesús. “La guerra silenciosa del espionaje”. El País Semanal, 28.05.2016. https://elpais.com/elpais/2016/05/30/eps/1464559223_146455.html (acceso: 25.01.2023).
[4] Cuando no están coordinadas las relaciones externas, es inevitable que servicios extranjeros estimulen la rivalidad entre los diversos servicios propios e intenten sacar beneficio de ella.
[5] Fernández-Miranda, J., & Chicote Lerena, J. El jefe de los espías: El archivo secreto de Emilio A. Manglano, Consejero del Rey y Director del CESID del 23F a la caída del felipismo [Kindle iOS version]. Rocaeditorial, 2021.
[6] Velasco, Fernando. “Política y servicios de inteligencia ante el 20D”. Huffington Post, 02.12.2015. https://www.huffingtonpost.es/fernando-velasco-fernandez/politica-y-servicios-de_b_8689128.html (acceso: 02.12.2015).
[7] Díaz Fernández, Antonio M. Espionaje para políticos. Valencia:Tirant Humanidades, 2016. P. 107.
La inteligencia estratégica rusa en el conflicto de Ucrania

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José Miguel Palacios, 2 de marzo de 2022 |
[i]Los primeros análisis del desarrollo de la guerra de Ucrania sugieren que los dirigentes rusos (es decir, el presidente Putin y su círculo más próximo) se han equivocado. Que han infravalorado la solidez del liderazgo ucraniano y la capacidad de resistencia de su ejército. En un análisis publicado en Izvestia el 2 de marzo de 2022, el comentarista militar Vladislav Shurygin afirmaba que “durante muchos años, se ha difundido en medios de comunicación rusos la falsa creencia de que las fuerzas armadas de Ucrania eran un ejército atrasado, dotado de armas soviéticas obsoletas, mal equipado e incapaz para el combate moderno”[ii]. Sin duda, el liderazgo militar ruso estaba mejor informado, pero surge la cuestión de hasta qué extremo la dirección política del país ha escuchado el asesoramiento que recibía o bien ha seguido sus propias intuiciones. Tampoco los rusos parecen haber tenido una idea clara de cómo conseguir alcanzar sus objetivos últimos. Ya el segundo día de la guerra, otro comentarista de Izvestia, Anton Lavrov, señalaba que “para acabar con el conflicto de la manera menos dolorosa para todas las partes es importante quebrar lo antes posible la moral del enemigo y, sobre todo, del liderazgo del país”[iii]. Este hundimiento moral del liderazgo de Kiev, en el que probablemente confiaba Putin, no se ha producido.
Nos encontramos, pues, ante lo que parece haber sido un error (grave) de inteligencia estratégica.
La inteligencia estratégica en la tradición rusosoviética
En la tradición rusosoviética, la inteligencia se ocupa “de lo concreto”, de descubrir secretos ajenos y de ocultar propios, de realizar operaciones clandestinas en beneficio de los intereses del estado. En consecuencia, el análisis no recibe la misma atención que en algunos países occidentales (por ejemplo, en Estados Unidos).
El propio Putin lo explicaba durante la masiva conferencia de prensa del 19 de diciembre de 2013[iv]: “De nada sirve leer las notas analíticas de los servicios de inteligencia, porque ya no se trata de hechos, sino de las opiniones de los analistas. (…) Hay que tener confianza en esos analistas y conocerlos personalmente, saber quién escribe, conocer su opinión, sus puntos de vista”. Aunque Putin no llega a decirlo expresamente, transmite la impresión de que, mientras que los hechos son siempre bienvenidos, los análisis solo tienen un valor complementario y serán mejor o peor aceptados dependiendo de lo próximos que se encuentren a las percepciones de los dirigentes.
El bajo valor que Putin concede a la inteligencia estratégica (necesariamente analítica) se vio confirmado por la humillación pública dispensada al director del Servicio de Inteligencia Exterior, Sergei Naryshkin, durante la sesión del Consejo de Seguridad del pasado 22 de febrero de 2022[v]. Naryshkin no es un profesional de la inteligencia, sino un protegido político de Putin, y demostró no tener una comprensión clara de la situación y carecer del valor suficiente para decir al presidente lo que este no quiere oír.
La personalidad de Putin
Si uno de los problemas clave de la inteligencia estratégica es prever las posibles decisiones de los adversarios, en sistemas tan personalistas como el ruso la clave del éxito consiste en la capacidad para comprender adecuadamente la personalidad de los principales actores.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) norteamericana encargó la realización del perfil psicológico de Hitler a psicólogos de primer nivel, como Henry A. Murray[vi] y Walter C. Langer[vii]. En aquel momento, los autores del perfil hubieron de trabajar con un material muy escaso (principalmente, textos de discursos), a pesar de lo cual los resultados obtenidos fueron increíblemente precisos[viii]. Con la información que está disponible en estos momentos sobre cualquier líder político (sobre casi cualquier líder), la probabilidad de elaborar un buen perfil psicológico que nos ayude a comprender sus decisiones futuras es mucho más elevada.
El propio Putin ha facilitado enormemente la tarea al haberse expuesto reiteradamente a la atención pública a lo largo de los más de veinte años en que se encuentra al frente del estado (como presidente o como primer ministro). Las grandes conferencias de prensa (en el mes de diciembre) y sus sesiones de respuestas a preguntas de ciudadanos (primavera), así como las numerosas entrevistas que ha concedido son fuentes valiosísimas de datos sobre la personalidad del líder ruso.
El propio Putin, con una candidez sorprendente, ha llegado a revelar algunos de los rasgos más problemáticos de su carácter, rasgos que podrían convertirse en vulnerabilidades. Así, en la entrevista concedida a la agencia TASS en noviembre de 2014, el periodista A. Vandenko le dice que en su libro De primera mano había hablado de su escaso sentido del peligro y le pregunta si eso no es un defecto para un oficial de inteligencia. La respuesta de Putin fue: “Sí; es lo que en mi informe de calificación escribió el psicólogo”[ix].
A modo de conclusión (provisional): una reivindicación de la inteligencia estratégica
La inteligencia estratégica es la cenicienta de las ramas de la inteligencia. Hasta tal punto que hay quien considera que no es en absoluto necesaria, que el análisis político puede sustituirla con ventaja. Pues bien, la experiencia de lo que hemos visto hasta ahora en el conflicto ucraniano sugiere que los que así piensan no tienen razón: sin una buena inteligencia estratégica la probabilidad de cometer errores fatales aumenta de manera considerable.
[i] El análisis de Kofman puede encontrarse en el siguiente hilo en Twitter: https://twitter.com/kofmanmichael/status/1498381975022940167?s=21 (acceso: 01.03.2022).
[ii] SHURYGIN, V. (2022, 2 de marzo). Готовились основательно (Se prepararon a conciencia). Izvestia. Disponible en https://iz.ru/1299016/vladislav-shurygin/gotovilis-osnovatelno (acceso: 02.03.2022).
[iii] LAVROV, A. (2022, 25 de febrero). Котел до переговоров (Caldera antes de las negociaciones). Izvestia. Disponible en https://iz.ru/1296494/anton-lavrov/kotel-do-peregovorov (acceso: 02.03.2022).
[iv] PUTIN, V.V. (2013, 19 de diciembre). Пресс-конференция Владимира Путина (Conferencia de prensa de Vladimir Putin). Prezident Rossii. Disponible en http://www.kremlin.ru/news/19859 (acceso: 19.12.2014).
[v] Ver https://www.youtube.com/watch?v=S6K_uiaXaE4 (acceso: 02.03.2022).
[vi] WIKIPEDIA CONTRIBUTORS (2022, 12 de febrero). Henry Murray. Wikipedia, The Free Encyclopedia. Disponible en https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Henry_Murray&oldid=1071472077 (acceso: 02.03.2022).
[vii] WIKIPEDIA CONTRIBUTORS. (2021, 17 de junio). Walter Charles Langer. Wikipedia, The Free Encyclopedia. Disponible en https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Walter_Charles_Langer&oldid=1029015788 (acceso: 02.03.2022).
[viii] DYSON, S.B. (2014) Origins of the Psychological Profiling of Political Leaders: The US Office of Strategic Services and Adolf Hitler. Intelligence and National Security, 29:5. Pp. 654-674.
[ix] TASS (2014, 24 de noviembre). Интервью информационному агентству ТАСС (Entrevista a la agencia de prensa TASS). Prezident Rossii. Disponible en http://news.kremlin.ru/transcripts/47054 (acceso: 25.11.2014).
Inteligencia y expectativas

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José Miguel Palacios, 18 de enero de 2022 |
El siempre ameno Embajador Inocencio Arias acaba de publicar un nuevo libro[1] con sus últimas reflexiones sobre diversos temas de actualidad. En varios capítulos, nos encontramos referencias al mundo de la inteligencia y, entre ellas, la más detallada es la que se refiere a los errores que la inteligencia comete:
“Es sabido que la todopoderosa CIA la pifió en momentos clave de la historia reciente. No supo detectar la caída del muro de Berlín y, más importante, la implosión del Imperio soviético con la desintegración de la Unión Soviética y la aparición de diversos estados que la integraban: Bielorrusia, Estonia, Lituania, Ucrania…, y la salida de su férrea escena de influencia de otros ya nominalmente independientes: Polonia, Hungría, Checoslovaquia…”
“Los servicios de inteligencia estadounidenses también se equivocaron con Fidel Castro; una vez llegado al poder, no lograron percatarse de sus inclinaciones políticas y de su potencial desestabilizador del orden internacional que buscaba Washington. Luego, cuando se convirtió en un verdadero quebradero de cabeza, planearon asesinarlo en más de una ocasión. Por citar otro yerro: la agencia predijo que los rusos harían estallar su primera bomba atómica en 1953. En realidad, ocurrió en 1949. En otro capítulo aludo al desliz de Afganistán”[2].
“Nuestros servicios de inteligencia, que poseen un reconocido nivel, también cuentan con un pinchazo considerable: la Marcha Verde realizada por Marruecos en 1975 en el momento en que Franco agonizaba, con el consiguiente vacío de poder en nuestro país” (Arias 2021, 309).
Categorizando los motivos de todos estos supuestos “errores de inteligencia”, encontramos que, en el fondo, siempre estamos en el mismo caso: los servicios de inteligencia no fueron capaces de predecir el futuro:
- a) La CIA no fue capaz de predecir la implosión del bloque socialista en torno a la URSS[3].
- b) La CIA no fue capaz de predecir que Fidel Castro convertiría a su país en un satélite de la URSS.
- c) Los servicios de inteligencia norteamericanos se equivocaron al pensar que las fuerzas de seguridad afganas resistirían al menos cuatro meses después de la retirada del contingente internacional.
- d) Los servicios de inteligencia españoles fueron incapaces de detectar a tiempo la preparación de la “Marcha Verde”.
La tradición diplomática española (y de otros países europeos)
En la tradición diplomática española y de muchos países europeos, es el Ministerio de Asuntos Exteriores el responsable principal del análisis político en cuestiones de política exterior. Por otra parte, en esta tradición europea no existe distinción clara entre “análisis político” y “análisis de inteligencia”[4]. Como los clientes, al menos en España, “lo que buscan en (…) [la inteligencia] es aquello que otras agencias no pueden suministrarles”[5], un diplomático español esperaría que la inteligencia se dedique a lo que él mismo y sus colegas no cubren. Por ejemplo, a tratar con grupos insurgentes en Siria, o con secuestradores en Somalia. Por ejemplo, a relacionarse con los servicios de inteligencia locales. Por ejemplo, a adivinar el futuro.
A modo de conclusión
Quizá la mayor fuente de insatisfacción es la que nos señala el profesor sueco Wilhelm Agrell: tener expectativas no realistas sobre lo que la inteligencia puede ofrecer. Y una de las cosas que ningún servicio de inteligencia puede garantizar es el conocimiento del futuro.
Los servicios pueden, y deben, conocer bien el presente y ser capaces de explicarlo a los clientes. Una buena comprensión del presente hará que nuestros clientes casi nunca se vean demasiado sorprendidos por el futuro. Por ejemplo, alguien que supiera cómo estaba evolucionando la situación en la URSS en 1989 podía pensar que el colapso total del sistema era una posibilidad real, aunque, probablemente, no la única. En general, eso es más que suficiente para adoptar decisiones políticas razonables.
Ahora, si alguien espera que la inteligencia le proporcione “profecías”, predicciones exactas del futuro, entonces es irremediable que resulte decepcionado. En terminología de Treverton, el futuro es una “complejidad”, y no hay ninguna técnica de inteligencia que sea capaz de tratar complejidades. Ni en el Antiguo ni el Nuevo Paradigma.
[1] ARIAS, I.F. (2021). Esta España nuestra. Mentiras, la nueva Guerra Fría y el tahúr de Moncloa. Barcelona, Plaza & Janés.
[2] “Trabajando quizá con informaciones optimistas de sus servicios de inteligencia, pensó que, pactada la salida americana de Kabul, los talibanes tardarían como mínimo cuatro meses en conquistar el país dado que el ejército afgano, bien pertrechado y teóricamente entrenado por el Pentágono, resistiría” (Arias 2021, 190-191).
[3] El material desclasificado hasta ahora sugiere, sin embargo, que la comunidad de inteligencia norteamericana tuvo durante la fase final de la perestroika una comprensión bastante buena de lo que estaba ocurriendo en los países del bloque comunista. En cualquier, caso, en beneficio del argumento que estamos desarrollando aceptaremos provisionalmente la valoración del Embajador Arias.
[4] Sí existen, en cambio, en la norteamericana.
[5] DÍAZ FERNÁNDEZ, A.M. (2006). El papel de la comunidad de inteligencia en la toma de decisiones de la política exterior y de seguridad de España. Fundación Alternativas, documento de trabajo3/2006. P. 61,
Los papeles de don Emilio

[i] Andrews, C. (1986). Secret Service. Sceptre. P. 124. El Capitán de Navío Sir Mansfield George Smith-Cumming fue el primer director del Secret Intelligence Service británico (conocido popularmente como MI6). |
José Miguel Palacios, 5 de octubre de 2021 |
Una de las sorpresas editoriales del año la constituye el libro que acaban de publicar Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote[1] con materiales extraídos del archivo personal de Emilio Alonso Manglano, director del CESID entre 1981 y 1995. Y es una sorpresa porque los responsables de servicios de inteligencia no suelen escribir memorias ni dan a la prensa obras que contengan información de gran sensibilidad. La inteligencia que hemos conocido hasta ahora, la inteligencia clásica, necesita del secreto tanto para proteger sus procedimientos y capacidades como a sus fuentes. Y (muy importante) también a sus clientes. Por eso, Cummings no veía hace un siglo ningún margen para publicar unas “indiscreciones” que resultaran interesantes para el público lector.
En la entrevista que el general Alonso Manglano concedió a la cadena SER en 1993 decía que “tanto mi persona como las personas responsables tienen un compromiso de discreción y de reserva para todos los días de su vida” (Fernández-Miranda y Chicote, 287). Aunque no llegaba a afirmar de manera explícita que esa reserva debía mantenerse incluso después de la muerte, parece muy probable que esa fuera su idea. Por ello, como señala el general Martínez Isidoro, estrecho colaborador de Alonso Manglano durante bastantes años, la publicación de sus papeles es lo “opuesto a lo que hubiera deseado nuestro antiguo Director”[2].
En cualquier caso, lo hecho, hecho está. Los “papeles de Manglano”, en la versión de Fernández-Miranda y Chicote, son ya públicos y, puesto que están ahí, podemos adentrarnos en el mundo que describen e intentar aprender algo de provecho.
El Director y el Servicio
El libro no trata en absoluto del trabajo del CESID, sino del de su director. Y no precisamente en su calidad de gestor supremo de una organización de inteligencia, sino en la de miembro de la elite política y administrativa del estado y, como tal, participante en el juego político al más alto nivel. Es evidente, en cualquier caso, que ambos aspectos están relacionados: si el teniente general Alonso Manglano no hubiera sido el director del CESID, no habría tenido acceso al “gran juego”.
La cultura de la alta política es, esencialmente, oral. Mientras los funcionarios viven en un mundo de documentos, se comunican entre sí por escrito y se informan (principalmente) mediante escritos formales[3], las decisiones políticas de mayor alcance se adoptan en procesos básicamente orales, en/tras conversaciones entre los principales actores. Uno de los cuales resultaba ser don don Emilio Alonso Manglano.
Como vemos en el libro de Fernández-Miranda y Chicote, el general Alonso Manglano aportaba inteligencia al proceso de toma de decisiones, y lo hacía, en gran medida, de palabra. Así que, en la práctica, en el nivel superior, estratégico, el trabajo del CESID se condensaba en la síntesis que de él hacía su director. Una síntesis que estaba influida por su propia visión de la situación y del mundo, así como por las informaciones que él mismo recibía de interlocutores de distinto tipo y condición. Es el concepto de “canal privilegiado” (Fernández-Miranda y Chicote, 132), en el que Alonso Manglano creía y que guio su actuación durante la mayor parte de su mandato. La materialización de este concepto hizo que, en la práctica, el propio don Emilio fuera un “miniservicio de inteligencia” unipersonal, que en el nivel estratégico era, quizá, más influyente que el propio CESID.
Un último aspecto que llama la atención en la parte publicada de los “papeles de Manglano” es que lo que sus jefes e interlocutores apreciaban más en él no parece haber sido el “conocimiento” (inteligencia) que aportaba, sino su lealtad y discreción. Eran sinceros con él porque estaban seguros de que se llevaría sus secretos a la tumba (como así hizo). Esto puede servirnos como recordatorio de un elemento muy importante del ADN de los servicios de inteligencia: la reserva. Hay otros proveedores de conocimiento, pero ninguno tan optimizado como los servicios para la creación y conservación de secretos.
El trabajo del director de un servicio de inteligencia, como vemos a lo largo de todo el libro, es difícil y complejo. El mismo Alonso Manglano lo indicaba en una entrevista que concedió a la Cadena SER en 1993: “Indudablemente el director de un servicio de inteligencia requiere (…) una capacidad de decisión no pequeña, una capacidad para conocer una serie de problemas exteriores e interiores sobre los cuales va a tener no solamente que tomar decisiones, sino informar al Gobierno; ha de tener una sensibilidad especial para integrar los equipos humanos que han de formar el servicio; y luego ha de tener una capacidad de relación internacional grande, en todos los ámbitos, no solamente en los europeos, sino también en ámbitos árabes, ámbitos de Europa del Este y ámbito iberoamericano” (Fernández-Miranda y Chicote, 273). Solo los mejores, como el propio general Alonso Manglano, pueden desempeñar con eficacia tareas tan diversas.
Información clasificada
Aunque existía desde 1968 una Ley de Secretos Oficiales (ligerísimamente enmendada en 1978), a principios de los años ochenta la administración española actuaba como si no fuera así. De esa época pueden encontrarse documentos militares con la clasificación de “máximo secreto” (inexistente) y en esa época más de un embajador entendía que “muy confidencial” era el nivel superior de clasificación, por encima de “personal y reservado” (ni “muy confidencial” ni “personal y reservado” eran niveles reconocidos por la Ley de 1968). A todo ese caos vino a poner fin el trabajo desarrollado por el general Alonso Manglano en su calidad de Autoridad Nacional de Seguridad (Delegada). En esencia, introdujo un sistema de control de la documentación clasificada que seguía muy de cerca el existente en la OTAN, y lo enmarcó en la Ley de Secretos Oficiales de 1968. Se trataba de un arreglo provisional pensado para hacer posible el intercambio de información sensible con la organización atlántica y, probablemente, nadie pensó entonces que cuarenta años más tarde seguiría rigiendo la gestión de la información clasificada en España.
Desde este punto de vista podemos considerar si el antiguo director del CESID violó de alguna manera la Ley de Secretos Oficiales al conservar en su poder documentación relativa al trabajo que había realizado en el servicio, y si lo están haciendo ahora los señores Fernández-Miranda y Chicote al publicar un libro basado en esa documentación. Es una discusión para juristas, a la que, quizá, podamos aportar algunos elementos de juicio:
a) Se clasifica la información, no solo los documentos en que esa información queda plasmada. Un documento puede estar clasificado a pesar de no llevar ninguna marca de clasificación(incluso, de no figurar en ningún registro de documentación clasificada) si la información que contiene lo es.
b) Un acuerdo del Consejo de Ministros de fecha 28 de noviembre de 1986 declaraba secretos la estructura, organización, medios y procedimientos operativos de los servicios de información, así como las fuentes e informaciones que puedan revelar su actuación. Desde este punto de vista, una parte sustancial del archivo del general Alonso Manglano podría considerarse secreta.
c) La rígida aplicación del punto anterior conduciría a situaciones absurdas. Los servicios de inteligencia procesan información abierta y mantienen relaciones no conspirativas de colaboración con instituciones como universidades o centros de estudios (academic outreach, en terminología anglosajona). Una interpretación literal de la ley y de la normativa podría llevarnos a considerar clasificadas las páginas de un periódico que cualquiera puede comprar en el kiosko de la esquina o leer en internet.
d) Don Emilio Alonso Manglano tenía varios sombreros. Era, desde luego, director de un servicio de inteligencia. Pero era también general del Ejército de Tierra. Y era un miembro importante de la elite política y administrativa española, al que altas autoridades confiaban encargos delicados. Para la opinión pública, quizá las partes más interesantes de los “papeles de don Emilio” sean las que se refieren a sus actuaciones “bajo el tercer sombrero”. Se trata, sin duda, de información sensible, pero no está nada claro que revele detalles sobre la “estructura, organización, medios y procedimientos operativos de los servicios de información, así como las fuentes e informaciones” que los servicios utilizan.
Y una observación para los partidarios de sistemas automáticos de desclasificación (a los veinticinco años o, incluso, en plazos más breves): a lo largo de todo el libro vemos más de un ejemplo de información que conserva su sensibilidad treinta o cuarenta años después de los hechos a los que se refiere. Por ello, un sistema sensato de desclasificación debería incluir la revisión sistemática periódica de toda la documentación clasificada, a fin de excluir temporalmente de la desclasificación aquellos documentos o informaciones que en el plazo marcado siguen siendo sensibles. Es algo que requiere una importante dotación de recursos humanos y materiales.
El siguiente paso
El libro que comentamos está escrito por dos periodistas y, como cabría esperar, se centra en las cuestiones de mayor interés periodístico que pueden encontrarse en los archivos del general Alonso Manglano. El mismo material puesto en manos de un historiador o de un estudioso de la inteligencia habría dado lugar a libros muy distintos.
Los autores se han decantado por una estructura básicamente narrativa, que es la que mejor convenía al objetivo que parece que perseguían. De manera que con los materiales del archivo del general Alonso Manglano han construido una amena crónica de lo que se ha dado en llamar “el felipismo”. Para ello, han integrado citas textuales de textos del que fuera director del CESID, paráfrasis de sus textos y comentarios/aclaraciones sobre el contexto. Una opción que presenta, al menos, dos problemas:
a) No siempre resulta claro si lo que leemos son afirmaciones de Alonso Manglano o de los autores del libro. En el caso de textos de Manglano, con frecuencia no sabemos si la cita es literal.
b) En bastantes casos, las explicaciones de entorno añadidas por Fernández-Miranda y Chicote son inexactas. Quizá se deba a que se hayan visto obligados a finalizar el libro bastante deprisa, sin tiempo suficiente para una revisión rigurosa.
Una vez el genio fuera de la botella, no hay forma de que vuelva a entrar. Los “papeles de Manglano” ya son públicos y, en estas circunstancias, solo nos queda esperar que en lo sucesivo sean tratados con el respeto que merecen. Y que tanto historiadores como estudiosos académicos de la inteligencia puedan tener acceso a su contenido y utilizarlos para conocer (y explicar) mejor la política y la inteligencia españoles durante una etapa clave de nuestra historia contemporánea.
Recte facti fecisse merces est.
[1] Fernández-Miranda, J., & Chicote Lerena, J. (2021). El jefe de los espías: El archivo secreto de Emilio A. Manglano, Consejero del Rey y Director del CESID del 23F a la caída del felipismo [Kindle iOS version]. Rocaeditorial.
[2] Correo electrónico personal, 19 Octubre 2021.
[3] El CESID, como organización, contribuía a alimentar de información sensible el aparato burocrático del estado.
La inteligencia europea no es estratégica (por desgracia)

“… the man who is his own lawyer has a fool for his client”. The British Critic 1795 |
José Miguel Palacios, 5 de octubre de 2021 |
El pasado 23 de septiembre de 2021 se publicó el informe Clingendael sobre inteligencia europea. O, para ser más precisos, sobre la cooperación europea en materia de inteligencia[1]. El propio título del informe, Sharing the burden, sharing the secrets (Compartir la carga, compartir los secretos) nos ofrece ya una cierta idea sobre su orientación general y nos adelanta alguna de sus conclusiones principales.
No debe sorprender a nadie que el enfoque de los autores del informe haya sido básicamente securitario. Hay para ello, desde luego, motivos de peso:
- a) La mayor parte de los países europeos son potencias pequeñas y medianas, carentes de capacidad de proyección exterior, por lo que sus aparatos de inteligencia están enfocados hacia amenazas de tipo interno (orientación securitaria). La UE es, desde luego, un actor global, pero parece que no ha sido capaz de generar hasta ahora una cultura de inteligencia propia que tenga en cuenta sus posibilidades y necesidades, radicalmente distintas de las de la casi totalidad de sus estados miembros.
- b) Frente a la tradición anglosajona de respeto y aprecio del trabajo de inteligencia, en Europa continental predomina una actitud recelosa, cuando no hostil. La inteligencia, para muchos, es esa parte inconfesable del aparato del estado (con sede, probablemente, en las famosas “cloacas”), algo con lo que las personas decentes no quieren verse mezcladas. Una actividad que solo tiene cierta justificación si se utiliza para oponerse a amenazas vitales para nuestra propia seguridad. Y aquí tenemos, de nuevo, el enfoque securitario.
Un segundo aspecto llama también la atención en el informe. En él, la inteligencia es tratada como una commodity, una materia prima. Es “algo” que se extrae (a ser posible, compartiendo gastos: sharing the burden), se comparte o se intercambia, “algo” que se utiliza. Se trata de un enfoque que puede funcionar relativamente bien en el nivel táctico, y con inteligencia de tipo securitario o militar, pero que no lo hace con la inteligencia estratégica. En el nivel estratégico, la consideración de la inteligencia como un “servicio” (que se presta a un cliente decisor) resulta mucho más apropiada. La inteligencia estratégica, más que “algo que se intercambia”, es un servicio que se ofrece a un cliente complejo, que, en el caso de la UE, tiene posibilidades y responsabilidades de carácter global.
¿Necesita la UE una inteligencia estratégica?
Hay quien cree que la UE no necesita una inteligencia estratégica propiamente dicha. Que siendo su proceso de toma de decisiones estratégicas de carácter intergubernamental, son los participantes en este proceso (los estados miembros) los que deben estar apoyados por sus propios sistemas de inteligencia estratégica, sin que haya espacio ni necesidad para que surja una inteligencia estratégica europea.
Un reciente ejemplo puede hacernos reflexionar sobre la insuficiencia de este enfoque.
“Cuando los funcionarios europeos reflexionaban sobre la reforma de los mercados energéticos de la UE en la década de los 2000, partieron de varias suposiciones. Primero, que entramos en la era del gas, es decir, que aumentará el consumo de combustible azul. En segundo lugar, que la producción propia de la UE comenzará a declinar. Tercero: que la UE es un mercado de compradores. Esto sugirió que muchos proveedores externos estarían interesados en acceder al mercado local para satisfacer la esperada demanda anticipada de gas importado. Esto implicaría, concluían los funcionarios europeos, que era necesario crear un mercado liberalizado al máximo a fin de que ninguno de los proveedores tuviera una posición dominante y todos pudieran competir entre sí en igualdad de condiciones”[2]. |
Las decisiones sobre seguridad energética en la UE han estado basadas en una determinada comprensión de la realidad y de su posible evolución. Una comprensión en la que las intenciones y posibilidades de determinados actores (en el caso que nos ocupa, de la Rusia de Putin) tenían una influencia fundamental. Dicho de otro modo, esas decisiones tenían una base de inteligencia estratégica[3]. A la vista de los resultados, una inteligencia estratégica bastante deficiente.
¿Y a quién encargamos de la inteligencia estratégica (como función)?
El término “inteligencia” ha venido utilizándose en un triple sentido: a) como función; b) como producto; c) como organización. En la “edad de oro de la inteligencia clásica” existía un solape importante entre estos tres sentidos: eran las organizaciones de inteligencia las que realizaban la función de inteligencia; una función que se traducía, sobre todo, en la generación y transmisión de productos de inteligencia. En estos momentos, ya no es así. La función de inteligencia, sobre todo si la vemos como un “servicio”, no requiere necesariamente la elaboración de “productos”. Y las organizaciones de inteligencia no tienen ya el monopolio sobre este tipo de actividades, en especial, en el nivel estratégico.
¿Necesita la UE poseer una inteligencia estratégica propia y de calidad? Sin duda. Ejemplos como el de la política energética lo confirman. Y aquí estamos hablando de “inteligencia-función”, porque no es necesario que esta inteligencia estratégica común sea elaborada/proporcionada por un servicio de inteligencia de la UE (o por una coordinadora de servicios de inteligencia de países miembros). Lo importante es que los participantes en el proceso sean conscientes de que están creando o utilizando inteligencia, y de que lo hagan con el rigor que este trabajo requiere.
En el ejemplo que consideramos, el gran error cometido es que un punto fundamental (intenciones y posibilidades de la Rusia de Putin) tiene un origen puramente político y es anterior al proceso analítico propiamente dicho, que lo toma como un “axioma” en torno al que debe construir el resto de la argumentación. En buena inteligencia estratégica, ese punto tendría que haber sido un resultado del análisis. Nos encontramos, pues, ante un caso de politización de la inteligencia estratégica, un caso que no hizo saltar las alarmas porque los que cayeron en él no eran conscientes de que estaban haciendo inteligencia.
Corolario
Sea quien sea quien la elabore, la inteligencia funciona mejor si está próxima a la toma de decisiones, pero separada de ella. Cuando no es así, nos encontramos en el ejemplo del que quiere ser abogado de sí mismo. Una muy mala idea, incluso en la UE.
[1] Puede encontrarse en la siguiente dirección: https://www.clingendael.org/sites/default/files/2021-09/EU-intelligence-cooperation.pdf (acceso: 04.10.2021). En la práctica, “europeo” es casi equivalente a “de la UE”.
[2] Frolov, A. (2021.09.16). Знаем мы газ. Аналитик Александр Фролов — о том, с чем связан рекордный рост цен на голубое топливо в Европе и что ждет рынок дальше. Izvestia. https://iz.ru/1222131/aleksandr-frolov/znaem-my-gaz (acceso: 28.09.2021).
[3] El que los participantes en el proceso no fueran conscientes de que estaban produciendo y utilizando inteligencia estratégica no afecta en nada a mi argumento. Es como el personaje de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo.
Afganistán: la culpa fue de la inteligencia (estratégica)
José Miguel Palacios, 4 de septiembre de 2021 |
“La culpa fue del cha cha cha”, cantaba Gabinete Caligari en 1989, y ahora, más de treinta años después, algunos de los mejores cerebros de Occidente están empeñados en averiguar de quién ha sido la culpa de lo que casi todos perciben como un enorme fracaso de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán. Y, entre los “sospechosos habituales”, figura en lugar destacado la inteligencia. Desde luego, en la literatura anglosajona, pero también en la española. Dos recientes muestras:
“Los servicios de inteligencia norteamericanos la han pifiado, pero también lo han hecho los de otras poderosas naciones presentes sobre el terreno. No parece tampoco que se opusieran a otro fallo cometido, el de fijar una fecha de retirada sin haber evacuado ordenadamente a los miles de personas que había que sacar por temor a represalias”[1] (Embajador Inocencio Arias).
“¿En ningún momento el CNI ha sabido algo? No pagamos este servicio para que nunca responda nada ni ante nadie”[2] (GD Rafael Dávila Álvarez).
Cuando nos enfrentamos a quejas de este estilo, a menudo lo que tenemos delante son casos de esperanzas no satisfechas. Le estamos pidiendo a un órgano, a una entidad o a una persona algo que no puede ofrecer. Y este parece ser el caso. Esperamos que la inteligencia estratégica nos proporcione algo que no está diseñada para producir:
a) La inteligencia no dispone de una bola de cristal y casi nunca puede ofrecer buenas predicciones sobre futuros acontecimientos o desarrollos. Quizá sí en situaciones simples, de limitada incertidumbre y evolución lenta y lineal. En estos casos, puede aceptarse que el futuro es una proyección del presente, de manera que si este se conoce bien, aquel no nos sorprenderá. El caso de Afganistán, sin embargo, era muy distinto. Como problema de inteligencia, el de la situación en Afganistán y su evolución probable era una “complejidad” (en el sentido en que Greg Treverton usa este concepto”[3]. Y cuando se enfrenta a “complejidades”, el problema para la inteligencia es que los recursos, técnicos y analíticos, que utiliza para enfrentarse a “rompecabezas” y a “misterios” tienen una utilidad muy limitada, de manera que el reto consiste en proporcionar a los decisores “algo” que pueda ayudarles a reducir la incertidumbre a la que tienen que enfrentarse. Ofrecer predicciones precisas sobre la evolución de “complejidades” es algo que no está al alcance de la inteligencia.
b) La inteligencia está diseñada y equipada para interesarse por lo que ocurre “al otro lado de la colina”. Su organización, sus recursos y su cultura profesional/organizativa resultan muy inadecuados cuando el problema que hay que estudiar está condicionado en todo (o en gran parte) por nuestras propias acciones y por las de nuestros aliados. La inteligencia no podía ofrecer buenas evaluaciones de la capacidad de resistencia de las fuerzas gubernamentales afganas porque eran “los nuestros” y, además, porque esa capacidad de resistencia dependía, en gran medida, de acciones que adoptaran Estados Unidos y otros países occidentales[4].
¿Por qué, entonces, se culpa a la inteligencia de este fracaso y de otros similares? Pues, fundamentalmente, porque se puede hacer a coste casi cero. La inteligencia está por completo ausente de este debate. El asesoramiento que presta no es público y sus informes seguirán siendo clasificados durante décadas, por lo que, en condiciones normales, no le resulta posible presentar evidencias que contradigan las acusaciones.
Y así es como la inteligencia estratégica se convierte en el perfecto “chivo expiatorio” (scape goat) en caso de crisis políticas graves. Por cierto, una función cada vez más importante en nuestro mundo postnormal[5].
[1] Arias, I. (2021, 2 de septiembre). Apocalipsis e hipocresía. Heraldo de Aragón. https://www.heraldo.es/noticias/opinion/2021/09/02/apocalipsis-e-hipocresia-1516560.html.
[2] Dávila Álvarez, R. (2021, 2 de septiembre). Afganistán (1). Al abandonar la posición. Blog General Dávila. https://generaldavila.com/2021/09/02/al-abandoinar-la-posicion-donde-quedan-los-heroes-de-afganistan-general-de-division-r-rafael-davila-alvarez/.
[3] Treverton, G. (2008). New Frontiers in Intelligence. Notes from seminar in Stockholm May 27-28 2008. Center for Assymetric Threat Studies. P. 20.
[4] Ver Sadat, S. (2021, 26 de agosto). I Commanded Afghan Troops This Year. We Were Betrayed. The New York Times , International edition. Recuperado a través de ProQuest.
[5] Palacios, J.M. (2018). The Role of Strategic Intelligence in the Post-Everything Age. International Journal of Intelligence, Security and Public Affairs 20:3. P. 195-196.