“Porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse».

Mt, 10:26

José Miguel Palacios, 13 de diciembre de 2019

No sé si es positivo o negativo, pero en nuestro mundo actual estamos asistiendo a una creciente “comercialización” de la inteligencia estatal (governmental intelligence, en terminología anglosajona). Si hace cuarenta años Sir Humphrey, el inefable Secretario Permanente de la serie británica Yes Minister, se refería a sus superiores políticos como “Lords and Masters”, en la inteligencia actual se habla de clients (clientes) y de customers (usuarios). Y se busca un beneficio, que, ante la dificultad de monetizarlo, se suele identificar con el “impacto” que la inteligencia (sus productos y actividades) puede tener sobre el proceso de toma de decisiones.

Y aquí nos enfrentamos a una doble paradoja. La inteligencia, tal y como se ha concebido hasta ahora, está estrechamente relacionada con el secreto, pero el impacto de un producto de inteligencia puede ser mayor cuando es filtrado (leaked), es decir, cuando alguien viola el secreto que debería protegerlo. Por otra parte, la inteligencia actúa en apoyo de los escalones superiores del proceso de toma de decisiones (el “cliente”), pero cuando se filtra un documento de inteligencia el que lo hace suele intentar perjudicar al “cliente”, dejando claro que sus decisiones no se adaptaban a la inteligencia que había recibido. Algunos ejemplos:

– En octubre de 1990, un NIE de la comunidad de inteligencia norteamericana (Yugoslavia transformed) predecía la desintegración de Yugoslavia un año antes de que tuviera lugar[1]. Aunque el documento no tuvo ninguna influencia real sobre las decisiones que adoptaría la administración Bush, fue ampliamente leído y comentado en Washington. Es decir, resultó ser una contribución importante a la discusión pública del problema (tuvo impacto). Y ello se debió, sobre todo, al hecho de que su contenido fuera filtrado rápidamente al New York Times, quizá por alguien que no estaba de acuerdo con la política que Estados Unidos estaba adoptando.

– Un análisis de inteligencia estratégica de la Unión Europea, Worst Case Scenarios for the Narrower Middle East, anticipaba en 2007 lo que más tarde sería la “primavera árabe”[2]. Hasta la desclasificación del documento en 2017 su contenido era desconocido y no parece haber ejercido ninguna influencia directa o indirecta sobre la percepción por parte de los líderes europeos de los procesos que se estaban desarrollando en diversos países árabes a finales de la primera década del siglo XXI.  Más impacto tuvo un informe de alcance mucho más modesto (current intelligence), producido el 13 de octubre de 2015, en el que se sostenía que “el atentado suicida del 10 de octubre de 2015 contra una manifestación pacífica ante la estación de ferrocarril de Ankara puede haber sido cometido por orden del partido gobernante AKP”[3]. Quienquiera que lo filtró pudo utilizar sus conclusiones como munición argumental contra el gobierno turco, en contra de los deseos del “cliente” (el EEAS) para el que se había escrito el informe[4].

– El buen trabajo analítico realizado por el CNI en los meses anteriores al comienzo de la Segunda Guerra del Golfo (marzo de 2003) es conocido, en parte, a través de filtraciones efectuadas a la prensa. Los filtradores fueron, en la mayor parte de los casos, miembros de la oposición que buscaban desacreditar la postura adoptada por el gobierno de entonces[5].

Las sociedades modernas piden cada vez más transparencia, algo que está reñido con la forma tradicional de funcionamiento de la inteligencia. El ejemplo de bastantes democracias avanzadas sugiere que es posible ser más transparente de lo que en el pasado se creía. Pero también que hay límites. En la sociedad contemporánea conocemos no pocos ejemplos de actividades en que el secreto está celosamente protegido. Es así, por ejemplo, en las comunicaciones, en la labor de los medios de comunicación, en las relaciones entre abogados y clientes, etc. De esta manera se ayuda a proteger bienes públicos tan estimables como la privacidad de los ciudadanos o su derecho a la información. Y también debería considerarse normal y democrático que (en determinadas circunstancias, con determinados controles) pueda hacerse uso del secreto para proteger la integridad y el buen funcionamiento del sistema de toma de decisiones.

Transparencia y confidencialidad son importantes, aunque cada sociedad y cada época requieren que ambos criterios se combinen en proporciones diferentes. Y parece demasiado aventurado sacrificar por completo la una a la otra. Aunque sea en nombre del ahora tan valorado “impacto”.

 

[1]     Ver Treverton, Gregory F. y Renanah Miles. Unheeded warning of war: why policymakers ignored the 1990 Yugoslavia estimate. Washington DC: Centre for the Study of Intelligence. Central Intelligence Agency, Octobre de 2015. https://www.cia.gov/library/center-for-the-study-of-intelligence/csi-publications/books-and-monographs/csi-intelligence-and-policy-monographs/pdfs/unheeded-warning-yugoslavia-NIE.pdf.

[2]     Council of the European Union, Worst Case Scenarios for the Narrower Middle East (SIT-6577/07), 12 julio 2007. http://data.consilium.europa.eu/doc/document/ST-7636-2017-INIT/en/pdf.

[3]     Ankara Bombing. Ver https://ahvalnews.com/terrorism/ahval-reveals-top-secret-eu-report-akp-commissioned-isis-ankara-massacre.

[4]     Según otra filtración, un informe del INTCEN fechado el 24 de agosto de 2016 consideraba que no podía atribuirse a Gülen la responsabilidad del intento de golpe de estado de julio de aquel año. Ver Gultasli y Rettman, “Leaked document sheds light on Turkey’s ‘controlled coup’”, EU Observer, 11 marzo 2019. https://euobserver.com/foreign/144366.

[5]     Ver Palacios, J.M., “Coalitional Intelligence: The Strategic Role of Minor Partners”, Journal of European and American Intelligence Studies 2:1 (June 2019), 7-20.