“Porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse».

Mt, 10:26[1]

 

José Miguel Palacios, 4 de marzo de 2020

Los documentos de inteligencia suelen ser clasificados porque si el oponente[2] desconoce lo que sabemos (o lo que ignoramos) sobre él, entonces tenemos una ventaja competitiva[3]. La clasificación implica que solo una minoría (los “happy few”, que diría Stendhal) conozca su contenido y que aquellos muchos que lo ignoren puedan hacerse una idea exagerada acerca de su valor. Acerca, en particular, de su veracidad. Y es que algunos de ellos quizá imaginen que la desclasificación de informes de inteligencia hará que todos tengamos acceso a una verdad de orden superior, una verdad que hasta ese momento se nos había ocultado.

Por eso es inevitable que la lectura de los numerosos informes de inteligencia que ciertos países (Estados Unidos, sobre todo) han desclasificado provoque en muchos una cierta decepción. Porque bastante de lo que contienen ya estaba disponible en medios abiertos. Y porque las novedades sensacionales que incorporan son, a veces, poco más que rumores de escasa verosimilitud y difícil confirmación.

¿De verdad la inteligencia real está tan lejana de ese orden superior de veracidad que se le atribuye? Y, si es así, ¿por qué?

Está, en primer lugar, el factor del tiempo. La inteligencia se produce en apoyo al proceso de toma de decisiones y debe entregarse en el momento en que sea necesaria. Lo que, en el mundo real, supone que los servicios de inteligencia dispondrán habitualmente de menos tiempo del que se requeriría para hacer un trabajo plenamente sólido. Para llegar a conocer la verdad-verdad. La investigación técnica de un accidente aéreo puede durar varios meses y la instrucción judicial de una causa compleja, varios años. Pero los políticos tienen que adoptar decisiones trascendentales en pocas horas o días, y la inteligencia tiene que ajustarse a sus plazos para proporcionar dentro de ellos los mejores elementos de juicio que pueda obtener o elaborar. Que, evidentemente, habrían sido de más calidad si hubiese contado con más tiempo.

Un segundo problema lo representan las fuentes. En parte por su culto del secreto, en parte para evitar solapes con otros proveedores de información y análisis, la inteligencia (al menos, muchos servicios de inteligencia) tiende a basar sus informes en lo obtenido de cierto tipo de fuentes: fuentes humanas, con las que a menudo existe una relación conspiratoria, y fuentes técnicas. El problema es que tales fuentes, insustituibles para ciertos temas, tienen muchas limitaciones a la hora de iluminar otros[4]. Además, las fuentes humanas son las que se consigue captar, no siempre aquellas a las que habría que acceder para conseguir una información veraz. Los propios intereses de las fuentes, tanto económicos como políticos, influyen también en la información que proporcionan[5].

Un tercer problema es que los analistas que redactan los informes de inteligencia no son siempre grandes expertos en los temas de los que tratan. En 2004, David Ignatius aseguraba que un analista medio de la CIA apenas tenía tres años de experiencia en su puesto, un plazo que cualquier especialista universitario consideraría corto para formar a un verdadero experto[6]. Por otra parte, la compartimentación, característica del trabajo de los servicios de inteligencia, puede hacer que en ocasiones el analista tenga un buen conocimiento de su propio tema y ningún conocimiento de otras cuestiones conexas, que pueden ser responsabilidad de un equipo de trabajo diferente[7].

Dicho esto, parece claro que historiadores y otros especialistas académicos sacarán buen provecho de los documentos de inteligencia que puedan ser desclasificados. A menudo encontrarán en ellos una comprensión bastante sofisticada de lo que estaba ocurriendo, algo muy difícil de conseguir cuando se tiene que trabajar en unos plazos estrictamente limitados. En ocasiones, se sorprenderán de que las conclusiones de los analistas de inteligencia no sean sustancialmente distintas de las alcanzadas por especialistas académicos (y por algunos periodistas)[8]. En otras, descubrirán que los productos de inteligencia pueden ser netamente inferiores a las obras de los historiadores, escritas con más tiempo y perspectiva, con un mejor acceso a fuentes fiables. Así que los amigos de las conspiraciones, nuestros entrañables “conspiranoicos”, quedarán casi siempre decepcionados. La cara oculta de la Luna resulta no ser tan distinta[9].

 

[1]     Según la traducción de Casiodoro de la Reina.

[2]     La “parte contratante de la segunda parte”, según el léxico marxista.

[3]     El conocido periodista portugués José Rodrigues dos Santos lo explica muy bien en su novela O Códex 632: “Os portugueses eram um povo pequeño e com recursos limitados, não seriam capazes de competir com as grande potências europeias em plano de igualdade se todos partilhassem a mesma informação. Eles perceberam que a informação é poder, e, conscienciosos, guardaram-na com grande avareza, preservando assim o monopólio do conhecimento sobre esta matéria estratégica para o seu futuro”. RODRIGUES DOS SANTOS, J. (2005). O Códex 632. Lisboa: Gradiva. Pp. 119-120.

[4]     Robert Jervis ha escrito: “Although intelligence organizations do not like to recognize it, they rarely have special advantages in understanding revolutions and general political developments. CIA and its counterparts are in the business of stealing secrets, but secrets are rarely at the heart of revolutions.” JERVIS, R. (2010). Why Intelligence Fails: Lessons from the Iranian Revolution and the Iraq War. Cornell Studies in Security Affairs. P. 26.

[5]     Un caso paradigmático es el de la fuente iraquí Curveball. Ver Wikipedia contributors. (2020, January 21). Curveball (informant). In Wikipedia, The Free Encyclopedia. Retrieved 10:07, March 3, 2020, from https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Curveball_(informant)&oldid=936917180.

[6]     IGNATIUS, D. (2 Mayo 2004). Spy world success story. Washington Post: B07.

[7]     En un informe redactado por la CIA en 1983 se decía que “Después de Yugoslavia, España es el país étnica y lingüísticamente más diverso de entre los principales países europeos”. Lo que indica que el autor estaba muy poco familiarizado con la situación etnolingüística de países como Francia o Italia. Ver https://arainfo.org/aragon-en-los-papeles-de-la-cia/

[8]     En un artículo publicado en 2007, James D. Marchio, un veterano analista de inteligencia en la DIA y, posteriormente, en la ODNI, afirmaba que en lo relativo a la fiabilidad de las fuerzas no soviéticas del Pacto de Varsovia, “most academics came to the same conclusions as the IC did…”. Y parece que lo escribía con cierto orgullo, como prueba de que los analistas de inteligencia habían hecho bien su trabajo. Ver MARCHIO, J.D. (2007). Reliability of Non-Soviet Warsaw Pact Armed Forces, 1946-89. Studies in Intelligence Vol. 51, No. 4 (Extracts-December 2007): 40.

[9]     En las viejas novelas de ciencia ficción (por ejemplo, en Esa horrible fuerza, de C.S. Lewis), la cara oculta de la Luna es presentada a veces como una región misteriosa, donde existen seres o instalaciones (en general, malignos) que no pueden verse en la cara vista. Como todos sabemos, la realidad es más prosaica. Menos novelesca.