José-Miguel Palacios
BlogLa guerra de Ucrania: ¿hacia una nueva inteligencia?

Yvan Lledo-Ferrer[1] |
José Miguel Palacios, 3 de mayo de 2023 |
Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la serie de conflictos que, directa o indirectamente, derivaron de ellos (Irak, Afganistán, Siria, etc.), la inteligencia occidental ha estado orientada preferentemente hacia temas de seguridad[2]. Para los gobiernos, la lucha contraterrorista se convirtió en una prioridad absoluta y los servicios de inteligencia de todas las “familias” temáticas (exteriores, interiores, militares y técnicos) intentaron poner una parte substancial de los medios y recursos de que disponían al servicio de este objetivo común. Nuevas amenazas que a lo largo de estas dos últimas décadas fueron cobrando importancia (lucha contra el crimen organizado, ciberseguridad, contraproliferación, etc.) tienen también un carácter preferentemente securitario.
Pero nada es eterno. Nuevos desafíos inducen cambios importantes en las organizaciones. Yvan Lledo-Ferrer[3], un experto francés en cuestiones de inteligencia, acaba de compartir con los interesados en estas cuestiones una reflexión sobre la forma en que la guerra de Ucrania está afectando a nuestra visión de la disciplina. Lo ha hecho en un artículo corto que vale la pena leer con atención.
Mis dos peniques
Con independencia de que Yvan Lledo-Ferrer nos ofrezca algunas respuestas, su artículo es, ante todo, una invitación a que participemos en el debate que él nos propone, a que pongamos encima de la mesa nuestros dos peniques, que dirían los ingleses. Se trata de pensar cómo puede/debe ser la inteligencia en ese futuro que ya está aquí[4]. A la luz de la experiencia del conflicto de Ucrania, podemos avanzar algunas tendencias:
- a) La inteligencia militar, táctica y operacional, tendrá mayor importancia y en los países más avanzados absorberá una parte sustancial de los recursos económicos disponibles. Las modernas armas de alta precisión pueden marcar la diferencia en el campo de batalla, pero para que ello sea así el sistema debe ser alimentado con informaciones precisas (sobre localización de objetivos y amenazas), obtenidas y difundidas en tiempo real. En este terreno, estar a la altura de los tiempos terreno exige una altísima inversión en tecnología avanzada, que, además, hay que renovar de manera periódica.
- b) La inteligencia política clásica volverá a primer plano, tras dos décadas en que muchos servicios de inteligencia adoptaron un perfil casi policial. Cuestiones como las intenciones de líderes clave, el comportamiento de la población y la evolución de la economía (en los países objetivo) volverán a ser vistas como extremadamente relevantes.
- c) Mucha de la inteligencia de mayor interés para los decisores tendrá carácter prospectivo. Esto creará una paradoja insoluble para los interesados en el “control de calidad”: por la propia naturaleza de la prospectiva, será muy difícil determinar si el trabajo de la inteligencia es correcto o no, ya que las medidas preventivas que nuestro liderazgo político adopte modificarán necesariamente el futuro que la inteligencia había previsto[5]. Sin una gran confianza de los decisores en sus servicios de inteligencia, los productos de estos no tendrán más peso en el proceso político que las opiniones de fuentes alternativas de valoraciones estratégicas, como son asesores o periodistas.
- d) El apoyo a la comunicación estratégica (o “propaganda”) del propio bando pasa a ser una de las funciones principales de la inteligencia estratégica. Para que sea efectiva, para que la postura del servicio resulte convincente para la población, es importante que el gobierno realice un gran esfuerzo para cuidar el perfil público de su inteligencia, es decir, su prestigio profesional ante la sociedad a la que sirve[6]. Ello requeriría la reorientación, al menos parcial, de las prioridades de la llamada “cultura de inteligencia”: en lugar de centrarse en conseguir que los ciudadanos apoyen los presupuestos que se asignan a los servicios, debería buscar que acepten como buenas las informaciones y análisis que proceden de ellos.
¿Vamos en esa línea?
En una comparecencia pública desarrollada el 17 de abril de 2023, el Director de Inteligencia del CNI “explicó las cuatro áreas en las que se centra actualmente la inteligencia: inmigración ilegal, contraterrorismo, contrainteligencia y contraproliferación de armas no convencionales”[7]. Se trata de cuatro objetivos de carácter parapolicial que encajan perfectamente en el paradigma de inteligencia surgido tras los atentados del 11 de septiembre. No son reflejo de la inteligencia que viene, sino de la que hemos conocido durante las dos últimas décadas.
En cualquier caso, hay que tener en cuenta que, por la propia naturaleza de la inteligencia, las directivas y otras órdenes que los servicios reciben del gobierno no pueden ser conocidas en todos sus detalles. Y, como en la mencionada comparecencia se indicaba, “la pandemia de la covid-19, (…) y la ‘agresión’ a Ucrania por parte de la Federación Rusa han intensificado el ritmo de los cambios en los tres últimos años”[8].
En cualquier caso…
El gran problema de cualquier ejercicio, formal o informal, de “lecciones aprendidas” es que está enfocado a ganar la última guerra, no la próxima. Y podemos estar seguros: cualquier conflicto futuro será diferente del creado por la guerra de Ucrania (y, por cierto, también de la llamada “guerra contra el terror”, desencadenada a raíz de los atentados de las Torres Gemelas). Seguir ciegamente las lecciones del conflicto actual nos conducirá a estar mal preparados para el próximo.
Como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, la clave del éxito está en estudiar lo que ocurre, pero hacerlo con objetividad, desapasionamiento y, también, imaginación. Porque de este estudio debería surgir una reforma de nuestra inteligencia que la prepare no solo para hacer frente a los desafíos de ayer y de hoy, sino también para los que puedan surgir en el futuro.
[1] Lledo-Ferrer, Y. (2023, 21 de marzo). The transformation of intelligence services in light of the war in Ukraine. IRSEM Strategic Brief 57,
[2] “Seguridad” en sentido estricto, es decir, lo que en algún momento se ha llamado “seguridad interna”, un concepto que no se adapta bien a las realidades del mundo globalizado. En un sentido amplio, todo el trabajo de los órganos policiales, militares y de inteligencia está orientado a garantizar la seguridad.
[3] Para una corta biografía profesional, véase https://be.linkedin.com/in/yvan-lledo-ferrer-868a5bb.
[4] Radio Futura, 1980.
[5] Yvan Lledo-Ferrer hace referencia a este problema en el texto que abre este post.
[6] Por desgracia, es frecuente en medios de prensa de las más variadas tendencias políticas comparar a los miembros de la inteligencia española con Mortadelo y Filemón, lo que sirve para minar la fe del público en el producto que elaboran. Véase, por ejemplo, el encuentro digital del diario El Mundo con Manuel Cerdán y Antonio Rubio, 18 de septiembre de 2001. https://www.elmundo.es/encuentros/invitados/2001/09/114/ (acceso: 02.05.2023).
[7] Ver Heraldo de Aragón, 18.04.2023. https://www.heraldo.es/noticias/nacional/2023/04/18/cni-culmina-reorganizacion-interna-reforzar-seguridad-nacional-1645602.html (acceso: 29.04.2023).
[8] Ibídem.
Ley de información clasificada: un debate público de bajo nivel

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José Miguel Palacios, 14 de marzo de 2023 |
En agosto de 2022, el Gobierno hizo público al anteproyecto de la futura Ley de Información Clasificada[1], llamada a reemplazar a la vieja Ley de Secretos Oficiales de 1968 (ligeramente enmendada en 1978 para adaptarla al nuevo marco constitucional)[2]. A partir de ese momento, y durante varias semanas, se desarrolló un vivo debate público sobre el papel de los secretos oficiales en una sociedad democrática avanzada, así como sobre la mejor forma de compatibilizar la protección de los intereses del estado con la necesaria transparencia.
Con el tiempo, el debate fue languideciendo. Las dificultades para alcanzar acuerdos dentro de la mayoría parlamentaria han ido retrasando un proyecto que, en cualquier caso, nunca ha parecido prioritario[3]. En estos momentos, cuando parece probable que las Cortes no lleguen a abordarlo durante la actual legislatura, puede ser un buen momento para reabrir el debate y valorar algunos de los argumentos que más se han venido utilizando.
Vaya por delante que creo que se trata de un buen proyecto. Diseña un sistema plenamente compatible con los que existen en la OTAN, en la UE y en los principales países occidentales, no rompe con la práctica de las últimas cuatro décadas y ofrece soluciones a todos los problemas que la regulación provisional de los años ochenta no había conseguido resolver. Quizá el debate público en torno al proyecto no haya estado a la misma altura, aunque ello no es por culpa de los expertos que intervinieron en la redacción del anteproyecto.
Cinco argumentos falaces
Un buen texto, como es el del Anteproyecto de Ley, debería haber estimulado un debate público de calidad, un debate que permitiera mejorarlo. Por desgracia, no ha sido así. Por diversos motivos, muchos de los argumentos que más se han utilizado en favor o en contra de la reforma parecen poco consistentes. Por ejemplo, estos cinco:
a) Con la ley actualmente en vigor (la de 1968), no se puede tener acceso a determinados documentos que la opinión pública (o los especialistas) tienen derecho a conocer[4]. El problema con este argumento es que, en contra de lo que muchos han dicho, sí se puede. Nada impediría al Gobierno aprobar cada semana la desclasificación de una serie de documentos. Nada impediría tampoco que se aprobara en el primer Consejo de Ministros del año la desclasificación de todos los documentos con más de 25 años de antigüedad (por ejemplo, que en enero de 2023 se hubieran desclasificado todos los documentos clasificados de 1997). La Ley de 1968 no impone que sea así, pero nada en ella lo impide. Si hubiera voluntad política y se adoptaran las medidas organizativas oportunas, podría hacerse.
b) La ley es un ataque a la libertad de expresión, ya que permite al gobierno clasificar cualquier asunto que quiera mantener oculto y castigar con multas altísimas a los que osen informar sobre él[5]. Siempre son posibles los abusos, por supuesto, pero ello no implica que la normativa haya sido diseñada para favorecerlos. El que existan conductores temerarios que circulen a más de 200 km/h no significa que el Código de la Circulación ampare este tipo de conductas. Muy al contrario.
c) Con la ley, el control de los secretos oficiales pasa de Defensa a Presidencia[6]. Supone olvidar tres puntos importantes. 1) Que en la Ley de 1968, cada departamento ministerial era responsable del control de sus propios secretos oficiales. 2) Que a raíz del ingreso de España en la OTAN se creó una Autoridad Nacional de Seguridad, ejercida conjuntamente por los Ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa. 3) Que la Autoridad Nacional de Seguridad Delegada, que ha sido siempre ejercida por el Director del CESID/CNI, ha dependido ya de Presidencia cuando el servicio de inteligencia lo hizo.
d) Organizaciones internacionales exigían de España que actualizara su Ley de Secretos Oficiales[7]. A falta de detalles sobre quién, cómo y con qué autoridad ha exigido de España la reforma de su legislación sobre información clasificada[8], solo podemos constatar que entre los países miembros de la UE y los de la OTAN existen modelos muy diferentes y niveles de clasificación distintos, por lo que hasta ahora los esfuerzos han ido encaminados a que los sistemas nacionales resultaran compatibles. Ello se ha conseguido, fundamentalmente, de dos maneras: aprobando tablas de equivalencias de los grados nacionales de clasificación[9] y adoptando el principio de que cada país acordará a la información clasificada cedida por otros países u organizaciones una protección no inferior a la que recibiría la información nacional con clasificación equivalente. Adicionalmente, mediante la firma de acuerdos bilaterales para la protección de la información clasificada[10].
e) Había que modificar la anterior ley, porque era “franquista”[11]. Argumento que supone no comprender cómo funcionan los regímenes autoritarios y totalitarios. Para quien desea ejercer sin trabas un poder absoluto, la falta de ley es siempre la mejor opción, ya que cualquier ley implica una regulación (una limitación, pues) de su capacidad de actuar. De hecho, durante más de tres décadas (entre 1936 y 1968) el franquismo no necesitó ninguna legislación sobre secretos oficiales.
El problema de quién clasifica
Para algunos comentaristas, dado que la clasificación supone una excepción al criterio general de transparencia, debe hacerse, al menos, con las máximas garantías. Que no pueda cualquier mindundi clasificar lo que le venga en gana. Por ello, aplauden que el anteproyecto elimine las competencias que en la Ley vigente tiene la Junta de Jefes de Estado Mayor, órgano que, por cierto, hace casi veinte años que no existe. Y lamentan que en las categorías inferiores (confidencial y restringido) la competencia de clasificación “se dispersa en una gran variedad de altos cargos con ninguna garantía en cuanto al procedimiento de clasificación”. Y, continúan con sus quejas. “para colmo, se prevé expresamente en el art. 5 que estas facultades sean delegables”[12].
El problema que se genera es de tipo puramente práctico:
a) Una parte importante de la información de nivel secreto y alto secreto sería inteligencia política o estratégica destinada a la Presidencia del Gobierno o a miembros del Gobierno. Paradójicamente, esta información particularmente sensible no podría ser clasificada hasta que el Consejo de Ministros conociera su contenido. Es decir, hasta después de que ya hubiera sido transmitida a sus destinatarios finales.
b) Información de carácter militar o policial. ¿Queremos que el Consejo de Ministros conozca, discuta y clasifique el plan de seguridad de un determinado acuartelamiento, la orden de operaciones de una Brigada desplegada en zona de combate, datos operativos sobre una acción policial contra un peligroso terrorista?
La reacción normal del sistema consistiría en renunciar en la práctica a los dos niveles superiores de clasificación y concentrar la producción en los niveles Confidencial y Restringido, adoptando para ellos a nivel reglamentario las medidas de protección más estrictas que resultara posible. El problema es que, con los plazos de desclasificación automática que prevé el Anteproyecto (máximo de diez años no prorrogables para la información confidencial; máximo de seis para la restringida), esta reacción sería insensata. La divulgación de análisis de inteligencia relativos a líderes extranjeros puede resultar embarazosa en aquellos casos en que dichos líderes sigan siendo políticamente importantes. Documentos estableciendo medidas de seguridad pueden dar indicaciones sobre vulnerabilidades que, en alguna medida, pueden seguir existiendo, así como sobre la forma en que nuestras organizaciones hacen frente a los problemas con los que se enfrentan.
La alternativa más práctica sería que el originador fuera el encargado de asignar el nivel inicial de clasificación, sin perjuicio de que órganos superiores pudieran alterar dicho nivel con posterioridad.
Los niveles de clasificación
Los niveles tradicionales de clasificación, que son los que el anteproyecto utiliza, surgieron en la época en que la documentación clasificada se producía, se transmitía, se utilizaba y se almacenaba en formato papel. Cuatro niveles de clasificación suponían, en principio, cuatro sistemas (crecientemente complejos) de conservación, transmisión y acceso, cuatro niveles de habilitación de seguridad, cuatro tipos de “zonas clasificadas”, etc. En la práctica, todo esto resultó ser excesivamente complejo, de manera que:
a) En algunos países, no existe el nivel “restringido”, que se confunde con el “de uso oficial”. Es el caso de Bélgica, Francia, Alemania, Bulgaria, etc.
b) En la práctica, organizar zonas de trabajo distintas para documentación Confidencial y documentación Secreta resultó ser muy engorroso, con lo que el primero de estos niveles, si bien se utilizó bastante en la producción de documentos, tuvo un uso muy limitado en la organización de espacios y en la concesión de habilitaciones. Por ello, cuando en la OTAN o la UE se publicaba una oferta de trabajo con exigencia de habilitación de seguridad, esta era, al menos, de nivel NATO (EU) SECRET.
En las condiciones que reinan en la actualidad, el sistema tradicional de cuatro niveles de clasificación tiene aún menos sentido. Por una parte, cada nivel de clasificación debería corresponder a una red informática distinta, con posibilidades mínimas (y muy controladas) de transferir información entre ellas. Es complicado y poco práctico. Por otra, la determinación de la necesidad de conocer, que era compleja en los viejos tiempos de la documentación en soporte papel, es ahora mucho más fácil de implementar mediante la creación de perfiles diferentes para los distintos usuarios.
Como consecuencia, es factible reducir la información que se procesa a dos únicos niveles, la “clasificada” (digamos, “Secreta”) y la de “uso interno”. A ellos, se podría añadir un supernivel, el “alto secreto”, que, por las garantías adicionales de seguridad que requeriría, solo podría implementarse para un número muy reducido de documentos/informaciones y de usuarios[13].
Es lo que está haciendo el Reino Unido a partir de 2014[14].
Algunas pregunta al lobo (Aauuu…)
a) Si la protección de la información clasificada se configura en el anteproyecto de ley como una excepción al principio general de transparencia, ¿no sería más sencillo reformar la Ley 9/2013 de 9 de diciembre y remitir todos los detalles prácticos al desarrollo reglamentario posterior?[15]
b) Dado que la legislación española reconoce otros tipos de “secretos” que limitan la transparencia (deliberaciones del Consejo de Ministros, sesiones de la llamada Comisión de Secretos Oficiales, secreto del sumario, etc.), ¿no sería mejor, para evitar ambigüedades, tratar todos ellos de una manera uniforme, dentro del mismo texto legal?
c) Dado que en la actualidad existe una clara tendencia a que la información clasificada se transmita de forma oral, en reuniones o brífines, ¿no sería bueno regular explícitamente estas modalidades? Aunque el anteproyecto se habla de “información clasificada”, en él se presupone que está registrada sobre un soporte permanente, bien clásico (papel), bien electrónico.
d) ¿Hay una idea clara del volumen de trabajo que la puesta en práctica de esta ley requeriría? Esto se refiere, en particular, a la revisión de la información de nivel “secreto” y “alto secreto” para valorar la conveniencia de prorrogar su plazo inicial de clasificación, pero también de los documentos de cualquier nivel de clasificación en cuya elaboración se hayan tenido en cuenta informaciones facilitadas por otros países o por organizaciones internacionales y entes supranacionales.
[1] https://www.mpr.gob.es/servicios/participacion/Documents/APL%20Informacio%CC%81n%20Clasificada.pdf (acceso: 11.03.2023).
[2] Texto original y revisado en https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-1968-444 (acceso: 11.03.2023).
[3] El pasado 29 de enero (de 2023), El Confidencial titulaba: “La ley de secretos acaba en el cajón por los retrasos y la falta de consenso”. Véase https://www.elconfidencial.com/espana/2023-01-29/ley-secretos-oficiales-descuelga-legislatura_3565435/ (acceso: 10.03.2023).
[4] Según el diario 20 minutos, la Ministra de Defensa, Margarita Robles, declaraba a principios de agosto de 2022 que la nueva ley era «absolutamente necesaria» porque «es bueno que la sociedad pueda conocer hechos de su pasado». https://www.20minutos.es/noticia/5037570/0/robles-partidaria-de-la-desclasificacion-de-los-documentos-sobre-el-gal-y-el-23f-con-la-nueva-ley-de-secretos/ (acceso: 28.08.2022).
[5] El digital El Debate titulaba así uno de los muchos artículos que ha dedicado al tema: «La profesión periodística se planta ante la nueva Ley de Secretos: “Lucharemos contra los que quieren recuperar la censura’». https://www.eldebate.com/espana/20220816/profesion-periodistica-contra-nueva-ley-secretos-oficiales-xxx_54734.html (acceso: 28.08.2022).
[6] El Confidencial titulaba el 27 de mayo de 2022: “Sánchez entrega a Bolaños el control de los secretos oficiales que Robles pidió para el CNI”. https://www.elconfidencial.com/espana/2022-05-27/sanchez-entrega-bolanos-control-secretos-oficiales-robles-pidio-cni_3431769/ (acceso: 10.03.2023).
[7] También según 20 minutos, la Ministra Robles ha sostenido que la reforma de la Ley de 1968 «era una reclamación de la OTAN y la Unión Europea». https://www.20minutos.es/noticia/5037570/0/robles-partidaria-de-la-desclasificacion-de-los-documentos-sobre-el-gal-y-el-23f-con-la-nueva-ley-de-secretos/ (acceso: 28.08.2022).
[8] En la Exposición de Motivos del Anteproyecto de Ley se dice: “Desde hace varias décadas existe una preocupación generalizada en el ámbito de la Unión Europea (UE), de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Agencia Espacial Europea (AEE) en relación con la información clasificada que se produce en sus Estados miembros. Esto ha motivado la firma de diversos Tratados Internacionales que han perseguido establecer unos estándares uniformes de tratamiento de esta información, procurando que los intercambios que se produzcan gocen del máximo nivel de seguridad posible”. No es lo mismo que lo que algunos comentaristas han señalado.
[9] Puede, por ejemplo, encontrarse una tabla de equivalencia de los niveles de clasificación de los países miembros de la UE en la página 17 de Les documents classifiés à la lumière du traité de Lisbonne, producido por la Dirección General de Políticas Internas del Parlamento Europeo en 2010. https://www.europarl.europa.eu/meetdocs/2009_2014/documents/libe/dv/pe425616_/pe425616_fr.pdf (acceso: 10.03.2023).
[10] Véase, por ejemplo, el Acuerdo entre el Reino de España y el Reino de los Países Bajos para el intercambio y la protección mutua de la Información Clasificada, de 23 de septiembre de 2021. Incluye una tabla de equivalencia de los respectivos niveles de clasificación (artículo 4), así como el compromiso de la parte receptora de otorgar “a la Información Clasificada facilitada por la Parte de Origen el mismo nivel de protección que se da a su Información Clasificada nacional con un Grado de Clasificación de Seguridad equivalente” (artículo 6). Disponible en https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2022-14273 (acceso: 12.03.2023).
[11] Un artículo publicado por El Independiente el 29.01.2020 se titulaba, de manera muy significativa, “La norma franquista que invoca el Gobierno para no dar información”. https://www.elindependiente.com/espana/2022/01/29/la-norma-franquista-que-invoca-el-gobierno-para-no-dar-informacion/ (acceso: 28.08.2022).
[12] Véase, por ejemplo, Elisa de la Nuez Sánchez-Cascado (24.10.2022). El Anteproyecto de Ley de información clasificada: Un retroceso para la transparencia y rendición de cuentas. Blog Hay Derecho. https://www.hayderecho.com/2022/10/24/el-anteproyecto-de-ley-de-informacion-clasificada-un-retroceso-para-la-transparencia-y-rendicion-de-cuentas/ (acceso: 10.03.2023).
[13] Hace unos años, el observatorio Statewatch solicitó al Consejo de la Unión Europea información sobre el número de documentos clasificados que habían sido producidos o utilizados por el Consejo entre 2001 y 2012. Entre ellos, no había ninguno de nivel EU TOP SECRET. https://www.statewatch.org/media/documents/analyses/no-240-restricted-documents.pdf (acceso: 13.03.2023).
[14] Wikipedia contributors. (2022, January 22). Government Security Classifications Policy. En Wikipedia, The Free Encyclopedia. https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Government_Security_Classifications_Policy&oldid=1067202052 (acceso: 13.03.2023).
[15] Como acabamos de ver, en el Reino Unido los niveles de clasificación no están regulados por ley, sino a nivel reglamentario (Policy).
Oferta preelectoral del PP: ¿hacia una verdadera comunidad de inteligencia?

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José Miguel Palacios, 27 de enero de 2023 |
Cuando un partido lleva ya varios años en el poder, su capacidad de innovación es limitada. Y es que la realidad de la lucha política lo pone a la defensiva, obligado como está a asumir y defender la labor realizada hasta entonces.
Muy distinta, y más agradecida, es la situación del partido que lleva varios años en la oposición. Con frecuencia, a su frente ya no se encuentra el mismo liderazgo que lo conducía cuando estuvo por última vez en el poder y, en cualquier caso, la memoria humana (a pesar de las hemerotecas digitales) es frágil. Para ese teórico partido opositor, el pasado ya no existe, al menos en términos de política real. Se encuentra, pues, en el momento ideal para proponer reformas valientes. Algunas de las cuales (y esto es lo paradójico) podrían haber sido propuestas por el otro partido si las posiciones relativas estuvieran cambiadas.
En el Plan de Calidad Institucional que el PP presentó el pasado 23 de enero de 2023 se incluyen sesenta propuestas con las que ese partido pretende acometer la “regeneración democrática de nuestro país”[1]. Una de ellas, la 34, se refiere al CNI y trata con cierta extensión varias cuestiones importantes que afectan al trabajo del servicio, pero también al funcionamiento del sistema de inteligencia español en su conjunto. Entre ellas, las que se refieren a la nonata comunidad de inteligencia: “Se desarrollará legislativamente la misión del Secretario de Estado como Autoridad Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia y, consecuentemente, se pondrá en marcha la Comunidad de Inteligencia de España”[2].
¿Por qué se crean (para qué sirven) las comunidades de inteligencia?
Existen cuatro razones principales para que un país constituya una “comunidad de inteligencia”:
1) mejorar la coordinación entre los servicios cuando existe un grado notable de superposición de competencias entre algunos de ellos;
2) garantizar la complementariedad del trabajo de los servicios de inteligencia cuando el solape entre sus competencias es pequeño;
3) producir inteligencia estratégica sobre la base de toda la información de la que disponen los diferentes servicios;
4) ningún motivo en particular; simplemente, porque otros países de nuestro entorno y nivel también lo han hecho.
La constitución de una comunidad de inteligencia no es el único modo de coordinar el trabajo de los servicios. La Presidencia (Presidencia del Gobierno, Oficina del Primer Ministro), que en la mayor parte de los países es el cliente último de todos los servicios de inteligencia, puede ser la que asuma la tarea de la coordinación (básicamente, controlando los escalones superiores de los mecanismos de planeamiento y priorización), distribuya los recursos y resuelva posibles conflictos. Es el sistema que siguen países como Alemania o Rusia, entre las grandes potencias de inteligencia, y la mayor parte de los países medianos y pequeños.
Estado de la cuestión en España: ¿hay margen para mejorar?
La impresión general de los observadores externos es que la comunidad de inteligencia española (por el momento, puramente informal) no funciona adecuadamente[3]. O, lo que es lo mismo, que se trata de un “concepto” (o una “aspiración”), más que de una realidad.
Si analizamos los diversos componentes de la mayor parte de las “comunidades de inteligencia” bien organizadas, vemos que en España:
a) Sí existe una dirección común, pero está situada fuera de la “comunidad” (la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos de Inteligencia). En cualquier caso, no se trata de un órgano demasiado efectivo, ya que carece de una estructura permanente que apoye su trabajo. Aunque en la ley existe también una Autoridad Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia, carece de los medios y de las competencias necesarios para desempeñar funciones de coordinación.
b) No existe una lista de los servicios que constituyen la comunidad. En general, se suele considerar que son el CNI, el Servicio de Información de la Guardia Civil y la Comisaría General de Información (Ministerio del Interior), así como el CIFAS (Ministerio de Defensa). Algunos incluyen también los servicios de información de los Mossos d’Esquadra y de la Ertzantza.
c) No se dispone de una legislación común, aplicable al conjunto de la comunidad de inteligencia. La que existe es de carácter general (no específica de la inteligencia) o se refiere en exclusiva al CNI.
d) Aunque se cuenta con un centro sectorial de coordinación (el CITCO, sobre crimen organizado y terrorismo), depende del Ministro del Interior, no de la comunidad de inteligencia.
e) Hay también un elemento que puede considerarse común a toda la comunidad de inteligencia, el Centro Criptológico Nacional. Orgánicamente, forma parte del CNI.
Si nuestro país decidiera en un futuro no muy lejano constituir una comunidad formal de inteligencia, tendría que cubrir las lagunas del actual sistema, así como acabar con sus ineficiencias. En un mundo ideal, habría que:
a) Enmendar la ley del CNI (o elaborar una nueva) para que la legislación sobre inteligencia afecte al conjunto de la comunidad y a todos los servicios componentes.
b) Otorgar a la Autoridad Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia las competencias que necesita para ejercer la coordinación del trabajo de los servicios, sin perjuicio de la autonomía de cada uno de ellos. Crear un órgano de apoyo lo suficientemente potente como para que la Autoridad Nacional pueda ejercer en la práctica esas funciones de coordinación.
c) Volver a situar el CNI y a su Director bajo la dependencia de la Presidencia del Gobierno. Es muy difícil coordinar el trabajo de organismos dependientes de diversos ministerios cuando no se está situado en el lugar idóneo dentro del organigrama de la administración.
d) Subordinar el CITCO a la Autoridad Nacional de Inteligencia.
e) Crear estructuras comunes que puedan trabajar en beneficio del conjunto de la comunidad de inteligencia. En particular, podríamos pensar en una “oficina de análisis estratégico”, que hiciera su labor sobre la base de la inteligencia facilitada por todos los servicios, una “oficina nacional de clasificación y desclasificación” encargada de gestionar el sistema de información clasificada, una “academia de inteligencia” que cubriera las necesidades de formación de todos los servicios componentes y una “oficina de relaciones externas”, que gestionara de manera unificada las de todos los servicios que componen la comunidad[4].
A modo de conclusión
La inteligencia está siempre al servicio del sistema de toma de decisiones y se adapta a él. La peculiar organización de nuestro sistema de inteligencia está muy relacionada con las particularidades de nuestro proceso de toma de decisiones, que, por lo que se refiere al nivel estratégico, se desarrolla casi exclusivamente en círculos políticos, con una participación reducida (y, sobre todo, formal) de los funcionarios. Los llamados “papeles de Manglano”[5] sugieren que, al menos hasta 1995, lo que sus jefes políticos más apreciaban del Director del CESID (y por extensión, del servicio) era la lealtad y la discreción. Para ellos, el CESID se veía más como un “servicio secreto” que como un “servicio estratégico”.
Han pasado muchos años y otra forma de organizar el trabajo de la inteligencia española es, desde luego, posible y, quizá, también deseable. Requeriría, en cualquier caso, que se produjeran cambios profundos en la forma en que nuestros responsables políticos adoptan decisiones y en las expectativas que tienen sobre el trabajo de la inteligencia. Por el momento, y como comentaba hace pocos años Fernando Velasco, “la clase política, al menos la española, tiene un profundo desconocimiento del papel de la inteligencia, de sus competencias, de su valor añadido y de su funcionamiento”[6].
La verdadera cultura democrática supone la existencia de una amplia zona de consenso en aquellos temas (Interior, Exteriores, Seguridad y Defensa y Economía) en los que debe existir una “política de estado” que sobreviva a los lógicos cambios al frente del ejecutivo. Si es así, si esos grandes temas se sustrajeran a la “pequeña política”, aumentaría el valor del asesoramiento experto que nuestros dirigentes reciben de las estructuras especializadas de la administración del estado. Por ejemplo, de la inteligencia. La conformación de una comunidad de inteligencia funcional pasaría a ser una necesidad prioritaria.
1] Véase https://www.pp.es/sites/default/files/documentos/plan_de_calidad_institucional_pp.pdf (acceso: 25.01.2023).
[2] Formalmente, el Secretario de Estado Director del CNI ya es Autoridad Nacional de Inteligencia y Contrainteligencia, según el artículo 9, apartado 2.f, de la Ley 11/2002, de 6 de mayo, reguladora del Centro Nacional de Inteligencia.
[3] Véase, por ejemplo, Rodríguez, Jesús. “La guerra silenciosa del espionaje”. El País Semanal, 28.05.2016. https://elpais.com/elpais/2016/05/30/eps/1464559223_146455.html (acceso: 25.01.2023).
[4] Cuando no están coordinadas las relaciones externas, es inevitable que servicios extranjeros estimulen la rivalidad entre los diversos servicios propios e intenten sacar beneficio de ella.
[5] Fernández-Miranda, J., & Chicote Lerena, J. El jefe de los espías: El archivo secreto de Emilio A. Manglano, Consejero del Rey y Director del CESID del 23F a la caída del felipismo [Kindle iOS version]. Rocaeditorial, 2021.
[6] Velasco, Fernando. “Política y servicios de inteligencia ante el 20D”. Huffington Post, 02.12.2015. https://www.huffingtonpost.es/fernando-velasco-fernandez/politica-y-servicios-de_b_8689128.html (acceso: 02.12.2015).
[7] Díaz Fernández, Antonio M. Espionaje para políticos. Valencia:Tirant Humanidades, 2016. P. 107.
La inteligencia estratégica rusa en el conflicto de Ucrania

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José Miguel Palacios, 2 de marzo de 2022 |
[i]Los primeros análisis del desarrollo de la guerra de Ucrania sugieren que los dirigentes rusos (es decir, el presidente Putin y su círculo más próximo) se han equivocado. Que han infravalorado la solidez del liderazgo ucraniano y la capacidad de resistencia de su ejército. En un análisis publicado en Izvestia el 2 de marzo de 2022, el comentarista militar Vladislav Shurygin afirmaba que “durante muchos años, se ha difundido en medios de comunicación rusos la falsa creencia de que las fuerzas armadas de Ucrania eran un ejército atrasado, dotado de armas soviéticas obsoletas, mal equipado e incapaz para el combate moderno”[ii]. Sin duda, el liderazgo militar ruso estaba mejor informado, pero surge la cuestión de hasta qué extremo la dirección política del país ha escuchado el asesoramiento que recibía o bien ha seguido sus propias intuiciones. Tampoco los rusos parecen haber tenido una idea clara de cómo conseguir alcanzar sus objetivos últimos. Ya el segundo día de la guerra, otro comentarista de Izvestia, Anton Lavrov, señalaba que “para acabar con el conflicto de la manera menos dolorosa para todas las partes es importante quebrar lo antes posible la moral del enemigo y, sobre todo, del liderazgo del país”[iii]. Este hundimiento moral del liderazgo de Kiev, en el que probablemente confiaba Putin, no se ha producido.
Nos encontramos, pues, ante lo que parece haber sido un error (grave) de inteligencia estratégica.
La inteligencia estratégica en la tradición rusosoviética
En la tradición rusosoviética, la inteligencia se ocupa “de lo concreto”, de descubrir secretos ajenos y de ocultar propios, de realizar operaciones clandestinas en beneficio de los intereses del estado. En consecuencia, el análisis no recibe la misma atención que en algunos países occidentales (por ejemplo, en Estados Unidos).
El propio Putin lo explicaba durante la masiva conferencia de prensa del 19 de diciembre de 2013[iv]: “De nada sirve leer las notas analíticas de los servicios de inteligencia, porque ya no se trata de hechos, sino de las opiniones de los analistas. (…) Hay que tener confianza en esos analistas y conocerlos personalmente, saber quién escribe, conocer su opinión, sus puntos de vista”. Aunque Putin no llega a decirlo expresamente, transmite la impresión de que, mientras que los hechos son siempre bienvenidos, los análisis solo tienen un valor complementario y serán mejor o peor aceptados dependiendo de lo próximos que se encuentren a las percepciones de los dirigentes.
El bajo valor que Putin concede a la inteligencia estratégica (necesariamente analítica) se vio confirmado por la humillación pública dispensada al director del Servicio de Inteligencia Exterior, Sergei Naryshkin, durante la sesión del Consejo de Seguridad del pasado 22 de febrero de 2022[v]. Naryshkin no es un profesional de la inteligencia, sino un protegido político de Putin, y demostró no tener una comprensión clara de la situación y carecer del valor suficiente para decir al presidente lo que este no quiere oír.
La personalidad de Putin
Si uno de los problemas clave de la inteligencia estratégica es prever las posibles decisiones de los adversarios, en sistemas tan personalistas como el ruso la clave del éxito consiste en la capacidad para comprender adecuadamente la personalidad de los principales actores.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) norteamericana encargó la realización del perfil psicológico de Hitler a psicólogos de primer nivel, como Henry A. Murray[vi] y Walter C. Langer[vii]. En aquel momento, los autores del perfil hubieron de trabajar con un material muy escaso (principalmente, textos de discursos), a pesar de lo cual los resultados obtenidos fueron increíblemente precisos[viii]. Con la información que está disponible en estos momentos sobre cualquier líder político (sobre casi cualquier líder), la probabilidad de elaborar un buen perfil psicológico que nos ayude a comprender sus decisiones futuras es mucho más elevada.
El propio Putin ha facilitado enormemente la tarea al haberse expuesto reiteradamente a la atención pública a lo largo de los más de veinte años en que se encuentra al frente del estado (como presidente o como primer ministro). Las grandes conferencias de prensa (en el mes de diciembre) y sus sesiones de respuestas a preguntas de ciudadanos (primavera), así como las numerosas entrevistas que ha concedido son fuentes valiosísimas de datos sobre la personalidad del líder ruso.
El propio Putin, con una candidez sorprendente, ha llegado a revelar algunos de los rasgos más problemáticos de su carácter, rasgos que podrían convertirse en vulnerabilidades. Así, en la entrevista concedida a la agencia TASS en noviembre de 2014, el periodista A. Vandenko le dice que en su libro De primera mano había hablado de su escaso sentido del peligro y le pregunta si eso no es un defecto para un oficial de inteligencia. La respuesta de Putin fue: “Sí; es lo que en mi informe de calificación escribió el psicólogo”[ix].
A modo de conclusión (provisional): una reivindicación de la inteligencia estratégica
La inteligencia estratégica es la cenicienta de las ramas de la inteligencia. Hasta tal punto que hay quien considera que no es en absoluto necesaria, que el análisis político puede sustituirla con ventaja. Pues bien, la experiencia de lo que hemos visto hasta ahora en el conflicto ucraniano sugiere que los que así piensan no tienen razón: sin una buena inteligencia estratégica la probabilidad de cometer errores fatales aumenta de manera considerable.
[i] El análisis de Kofman puede encontrarse en el siguiente hilo en Twitter: https://twitter.com/kofmanmichael/status/1498381975022940167?s=21 (acceso: 01.03.2022).
[ii] SHURYGIN, V. (2022, 2 de marzo). Готовились основательно (Se prepararon a conciencia). Izvestia. Disponible en https://iz.ru/1299016/vladislav-shurygin/gotovilis-osnovatelno (acceso: 02.03.2022).
[iii] LAVROV, A. (2022, 25 de febrero). Котел до переговоров (Caldera antes de las negociaciones). Izvestia. Disponible en https://iz.ru/1296494/anton-lavrov/kotel-do-peregovorov (acceso: 02.03.2022).
[iv] PUTIN, V.V. (2013, 19 de diciembre). Пресс-конференция Владимира Путина (Conferencia de prensa de Vladimir Putin). Prezident Rossii. Disponible en http://www.kremlin.ru/news/19859 (acceso: 19.12.2014).
[v] Ver https://www.youtube.com/watch?v=S6K_uiaXaE4 (acceso: 02.03.2022).
[vi] WIKIPEDIA CONTRIBUTORS (2022, 12 de febrero). Henry Murray. Wikipedia, The Free Encyclopedia. Disponible en https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Henry_Murray&oldid=1071472077 (acceso: 02.03.2022).
[vii] WIKIPEDIA CONTRIBUTORS. (2021, 17 de junio). Walter Charles Langer. Wikipedia, The Free Encyclopedia. Disponible en https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Walter_Charles_Langer&oldid=1029015788 (acceso: 02.03.2022).
[viii] DYSON, S.B. (2014) Origins of the Psychological Profiling of Political Leaders: The US Office of Strategic Services and Adolf Hitler. Intelligence and National Security, 29:5. Pp. 654-674.
[ix] TASS (2014, 24 de noviembre). Интервью информационному агентству ТАСС (Entrevista a la agencia de prensa TASS). Prezident Rossii. Disponible en http://news.kremlin.ru/transcripts/47054 (acceso: 25.11.2014).
Inteligencia y expectativas

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José Miguel Palacios, 18 de enero de 2022 |
El siempre ameno Embajador Inocencio Arias acaba de publicar un nuevo libro[1] con sus últimas reflexiones sobre diversos temas de actualidad. En varios capítulos, nos encontramos referencias al mundo de la inteligencia y, entre ellas, la más detallada es la que se refiere a los errores que la inteligencia comete:
“Es sabido que la todopoderosa CIA la pifió en momentos clave de la historia reciente. No supo detectar la caída del muro de Berlín y, más importante, la implosión del Imperio soviético con la desintegración de la Unión Soviética y la aparición de diversos estados que la integraban: Bielorrusia, Estonia, Lituania, Ucrania…, y la salida de su férrea escena de influencia de otros ya nominalmente independientes: Polonia, Hungría, Checoslovaquia…”
“Los servicios de inteligencia estadounidenses también se equivocaron con Fidel Castro; una vez llegado al poder, no lograron percatarse de sus inclinaciones políticas y de su potencial desestabilizador del orden internacional que buscaba Washington. Luego, cuando se convirtió en un verdadero quebradero de cabeza, planearon asesinarlo en más de una ocasión. Por citar otro yerro: la agencia predijo que los rusos harían estallar su primera bomba atómica en 1953. En realidad, ocurrió en 1949. En otro capítulo aludo al desliz de Afganistán”[2].
“Nuestros servicios de inteligencia, que poseen un reconocido nivel, también cuentan con un pinchazo considerable: la Marcha Verde realizada por Marruecos en 1975 en el momento en que Franco agonizaba, con el consiguiente vacío de poder en nuestro país” (Arias 2021, 309).
Categorizando los motivos de todos estos supuestos “errores de inteligencia”, encontramos que, en el fondo, siempre estamos en el mismo caso: los servicios de inteligencia no fueron capaces de predecir el futuro:
- a) La CIA no fue capaz de predecir la implosión del bloque socialista en torno a la URSS[3].
- b) La CIA no fue capaz de predecir que Fidel Castro convertiría a su país en un satélite de la URSS.
- c) Los servicios de inteligencia norteamericanos se equivocaron al pensar que las fuerzas de seguridad afganas resistirían al menos cuatro meses después de la retirada del contingente internacional.
- d) Los servicios de inteligencia españoles fueron incapaces de detectar a tiempo la preparación de la “Marcha Verde”.
La tradición diplomática española (y de otros países europeos)
En la tradición diplomática española y de muchos países europeos, es el Ministerio de Asuntos Exteriores el responsable principal del análisis político en cuestiones de política exterior. Por otra parte, en esta tradición europea no existe distinción clara entre “análisis político” y “análisis de inteligencia”[4]. Como los clientes, al menos en España, “lo que buscan en (…) [la inteligencia] es aquello que otras agencias no pueden suministrarles”[5], un diplomático español esperaría que la inteligencia se dedique a lo que él mismo y sus colegas no cubren. Por ejemplo, a tratar con grupos insurgentes en Siria, o con secuestradores en Somalia. Por ejemplo, a relacionarse con los servicios de inteligencia locales. Por ejemplo, a adivinar el futuro.
A modo de conclusión
Quizá la mayor fuente de insatisfacción es la que nos señala el profesor sueco Wilhelm Agrell: tener expectativas no realistas sobre lo que la inteligencia puede ofrecer. Y una de las cosas que ningún servicio de inteligencia puede garantizar es el conocimiento del futuro.
Los servicios pueden, y deben, conocer bien el presente y ser capaces de explicarlo a los clientes. Una buena comprensión del presente hará que nuestros clientes casi nunca se vean demasiado sorprendidos por el futuro. Por ejemplo, alguien que supiera cómo estaba evolucionando la situación en la URSS en 1989 podía pensar que el colapso total del sistema era una posibilidad real, aunque, probablemente, no la única. En general, eso es más que suficiente para adoptar decisiones políticas razonables.
Ahora, si alguien espera que la inteligencia le proporcione “profecías”, predicciones exactas del futuro, entonces es irremediable que resulte decepcionado. En terminología de Treverton, el futuro es una “complejidad”, y no hay ninguna técnica de inteligencia que sea capaz de tratar complejidades. Ni en el Antiguo ni el Nuevo Paradigma.
[1] ARIAS, I.F. (2021). Esta España nuestra. Mentiras, la nueva Guerra Fría y el tahúr de Moncloa. Barcelona, Plaza & Janés.
[2] “Trabajando quizá con informaciones optimistas de sus servicios de inteligencia, pensó que, pactada la salida americana de Kabul, los talibanes tardarían como mínimo cuatro meses en conquistar el país dado que el ejército afgano, bien pertrechado y teóricamente entrenado por el Pentágono, resistiría” (Arias 2021, 190-191).
[3] El material desclasificado hasta ahora sugiere, sin embargo, que la comunidad de inteligencia norteamericana tuvo durante la fase final de la perestroika una comprensión bastante buena de lo que estaba ocurriendo en los países del bloque comunista. En cualquier, caso, en beneficio del argumento que estamos desarrollando aceptaremos provisionalmente la valoración del Embajador Arias.
[4] Sí existen, en cambio, en la norteamericana.
[5] DÍAZ FERNÁNDEZ, A.M. (2006). El papel de la comunidad de inteligencia en la toma de decisiones de la política exterior y de seguridad de España. Fundación Alternativas, documento de trabajo3/2006. P. 61,
Los papeles de don Emilio

[i] Andrews, C. (1986). Secret Service. Sceptre. P. 124. El Capitán de Navío Sir Mansfield George Smith-Cumming fue el primer director del Secret Intelligence Service británico (conocido popularmente como MI6). |
José Miguel Palacios, 5 de octubre de 2021 |
Una de las sorpresas editoriales del año la constituye el libro que acaban de publicar Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote[1] con materiales extraídos del archivo personal de Emilio Alonso Manglano, director del CESID entre 1981 y 1995. Y es una sorpresa porque los responsables de servicios de inteligencia no suelen escribir memorias ni dan a la prensa obras que contengan información de gran sensibilidad. La inteligencia que hemos conocido hasta ahora, la inteligencia clásica, necesita del secreto tanto para proteger sus procedimientos y capacidades como a sus fuentes. Y (muy importante) también a sus clientes. Por eso, Cummings no veía hace un siglo ningún margen para publicar unas “indiscreciones” que resultaran interesantes para el público lector.
En la entrevista que el general Alonso Manglano concedió a la cadena SER en 1993 decía que “tanto mi persona como las personas responsables tienen un compromiso de discreción y de reserva para todos los días de su vida” (Fernández-Miranda y Chicote, 287). Aunque no llegaba a afirmar de manera explícita que esa reserva debía mantenerse incluso después de la muerte, parece muy probable que esa fuera su idea. Por ello, como señala el general Martínez Isidoro, estrecho colaborador de Alonso Manglano durante bastantes años, la publicación de sus papeles es lo “opuesto a lo que hubiera deseado nuestro antiguo Director”[2].
En cualquier caso, lo hecho, hecho está. Los “papeles de Manglano”, en la versión de Fernández-Miranda y Chicote, son ya públicos y, puesto que están ahí, podemos adentrarnos en el mundo que describen e intentar aprender algo de provecho.
El Director y el Servicio
El libro no trata en absoluto del trabajo del CESID, sino del de su director. Y no precisamente en su calidad de gestor supremo de una organización de inteligencia, sino en la de miembro de la elite política y administrativa del estado y, como tal, participante en el juego político al más alto nivel. Es evidente, en cualquier caso, que ambos aspectos están relacionados: si el teniente general Alonso Manglano no hubiera sido el director del CESID, no habría tenido acceso al “gran juego”.
La cultura de la alta política es, esencialmente, oral. Mientras los funcionarios viven en un mundo de documentos, se comunican entre sí por escrito y se informan (principalmente) mediante escritos formales[3], las decisiones políticas de mayor alcance se adoptan en procesos básicamente orales, en/tras conversaciones entre los principales actores. Uno de los cuales resultaba ser don don Emilio Alonso Manglano.
Como vemos en el libro de Fernández-Miranda y Chicote, el general Alonso Manglano aportaba inteligencia al proceso de toma de decisiones, y lo hacía, en gran medida, de palabra. Así que, en la práctica, en el nivel superior, estratégico, el trabajo del CESID se condensaba en la síntesis que de él hacía su director. Una síntesis que estaba influida por su propia visión de la situación y del mundo, así como por las informaciones que él mismo recibía de interlocutores de distinto tipo y condición. Es el concepto de “canal privilegiado” (Fernández-Miranda y Chicote, 132), en el que Alonso Manglano creía y que guio su actuación durante la mayor parte de su mandato. La materialización de este concepto hizo que, en la práctica, el propio don Emilio fuera un “miniservicio de inteligencia” unipersonal, que en el nivel estratégico era, quizá, más influyente que el propio CESID.
Un último aspecto que llama la atención en la parte publicada de los “papeles de Manglano” es que lo que sus jefes e interlocutores apreciaban más en él no parece haber sido el “conocimiento” (inteligencia) que aportaba, sino su lealtad y discreción. Eran sinceros con él porque estaban seguros de que se llevaría sus secretos a la tumba (como así hizo). Esto puede servirnos como recordatorio de un elemento muy importante del ADN de los servicios de inteligencia: la reserva. Hay otros proveedores de conocimiento, pero ninguno tan optimizado como los servicios para la creación y conservación de secretos.
El trabajo del director de un servicio de inteligencia, como vemos a lo largo de todo el libro, es difícil y complejo. El mismo Alonso Manglano lo indicaba en una entrevista que concedió a la Cadena SER en 1993: “Indudablemente el director de un servicio de inteligencia requiere (…) una capacidad de decisión no pequeña, una capacidad para conocer una serie de problemas exteriores e interiores sobre los cuales va a tener no solamente que tomar decisiones, sino informar al Gobierno; ha de tener una sensibilidad especial para integrar los equipos humanos que han de formar el servicio; y luego ha de tener una capacidad de relación internacional grande, en todos los ámbitos, no solamente en los europeos, sino también en ámbitos árabes, ámbitos de Europa del Este y ámbito iberoamericano” (Fernández-Miranda y Chicote, 273). Solo los mejores, como el propio general Alonso Manglano, pueden desempeñar con eficacia tareas tan diversas.
Información clasificada
Aunque existía desde 1968 una Ley de Secretos Oficiales (ligerísimamente enmendada en 1978), a principios de los años ochenta la administración española actuaba como si no fuera así. De esa época pueden encontrarse documentos militares con la clasificación de “máximo secreto” (inexistente) y en esa época más de un embajador entendía que “muy confidencial” era el nivel superior de clasificación, por encima de “personal y reservado” (ni “muy confidencial” ni “personal y reservado” eran niveles reconocidos por la Ley de 1968). A todo ese caos vino a poner fin el trabajo desarrollado por el general Alonso Manglano en su calidad de Autoridad Nacional de Seguridad (Delegada). En esencia, introdujo un sistema de control de la documentación clasificada que seguía muy de cerca el existente en la OTAN, y lo enmarcó en la Ley de Secretos Oficiales de 1968. Se trataba de un arreglo provisional pensado para hacer posible el intercambio de información sensible con la organización atlántica y, probablemente, nadie pensó entonces que cuarenta años más tarde seguiría rigiendo la gestión de la información clasificada en España.
Desde este punto de vista podemos considerar si el antiguo director del CESID violó de alguna manera la Ley de Secretos Oficiales al conservar en su poder documentación relativa al trabajo que había realizado en el servicio, y si lo están haciendo ahora los señores Fernández-Miranda y Chicote al publicar un libro basado en esa documentación. Es una discusión para juristas, a la que, quizá, podamos aportar algunos elementos de juicio:
a) Se clasifica la información, no solo los documentos en que esa información queda plasmada. Un documento puede estar clasificado a pesar de no llevar ninguna marca de clasificación(incluso, de no figurar en ningún registro de documentación clasificada) si la información que contiene lo es.
b) Un acuerdo del Consejo de Ministros de fecha 28 de noviembre de 1986 declaraba secretos la estructura, organización, medios y procedimientos operativos de los servicios de información, así como las fuentes e informaciones que puedan revelar su actuación. Desde este punto de vista, una parte sustancial del archivo del general Alonso Manglano podría considerarse secreta.
c) La rígida aplicación del punto anterior conduciría a situaciones absurdas. Los servicios de inteligencia procesan información abierta y mantienen relaciones no conspirativas de colaboración con instituciones como universidades o centros de estudios (academic outreach, en terminología anglosajona). Una interpretación literal de la ley y de la normativa podría llevarnos a considerar clasificadas las páginas de un periódico que cualquiera puede comprar en el kiosko de la esquina o leer en internet.
d) Don Emilio Alonso Manglano tenía varios sombreros. Era, desde luego, director de un servicio de inteligencia. Pero era también general del Ejército de Tierra. Y era un miembro importante de la elite política y administrativa española, al que altas autoridades confiaban encargos delicados. Para la opinión pública, quizá las partes más interesantes de los “papeles de don Emilio” sean las que se refieren a sus actuaciones “bajo el tercer sombrero”. Se trata, sin duda, de información sensible, pero no está nada claro que revele detalles sobre la “estructura, organización, medios y procedimientos operativos de los servicios de información, así como las fuentes e informaciones” que los servicios utilizan.
Y una observación para los partidarios de sistemas automáticos de desclasificación (a los veinticinco años o, incluso, en plazos más breves): a lo largo de todo el libro vemos más de un ejemplo de información que conserva su sensibilidad treinta o cuarenta años después de los hechos a los que se refiere. Por ello, un sistema sensato de desclasificación debería incluir la revisión sistemática periódica de toda la documentación clasificada, a fin de excluir temporalmente de la desclasificación aquellos documentos o informaciones que en el plazo marcado siguen siendo sensibles. Es algo que requiere una importante dotación de recursos humanos y materiales.
El siguiente paso
El libro que comentamos está escrito por dos periodistas y, como cabría esperar, se centra en las cuestiones de mayor interés periodístico que pueden encontrarse en los archivos del general Alonso Manglano. El mismo material puesto en manos de un historiador o de un estudioso de la inteligencia habría dado lugar a libros muy distintos.
Los autores se han decantado por una estructura básicamente narrativa, que es la que mejor convenía al objetivo que parece que perseguían. De manera que con los materiales del archivo del general Alonso Manglano han construido una amena crónica de lo que se ha dado en llamar “el felipismo”. Para ello, han integrado citas textuales de textos del que fuera director del CESID, paráfrasis de sus textos y comentarios/aclaraciones sobre el contexto. Una opción que presenta, al menos, dos problemas:
a) No siempre resulta claro si lo que leemos son afirmaciones de Alonso Manglano o de los autores del libro. En el caso de textos de Manglano, con frecuencia no sabemos si la cita es literal.
b) En bastantes casos, las explicaciones de entorno añadidas por Fernández-Miranda y Chicote son inexactas. Quizá se deba a que se hayan visto obligados a finalizar el libro bastante deprisa, sin tiempo suficiente para una revisión rigurosa.
Una vez el genio fuera de la botella, no hay forma de que vuelva a entrar. Los “papeles de Manglano” ya son públicos y, en estas circunstancias, solo nos queda esperar que en lo sucesivo sean tratados con el respeto que merecen. Y que tanto historiadores como estudiosos académicos de la inteligencia puedan tener acceso a su contenido y utilizarlos para conocer (y explicar) mejor la política y la inteligencia españoles durante una etapa clave de nuestra historia contemporánea.
Recte facti fecisse merces est.
[1] Fernández-Miranda, J., & Chicote Lerena, J. (2021). El jefe de los espías: El archivo secreto de Emilio A. Manglano, Consejero del Rey y Director del CESID del 23F a la caída del felipismo [Kindle iOS version]. Rocaeditorial.
[2] Correo electrónico personal, 19 Octubre 2021.
[3] El CESID, como organización, contribuía a alimentar de información sensible el aparato burocrático del estado.
La inteligencia europea no es estratégica (por desgracia)

“… the man who is his own lawyer has a fool for his client”. The British Critic 1795 |
José Miguel Palacios, 5 de octubre de 2021 |
El pasado 23 de septiembre de 2021 se publicó el informe Clingendael sobre inteligencia europea. O, para ser más precisos, sobre la cooperación europea en materia de inteligencia[1]. El propio título del informe, Sharing the burden, sharing the secrets (Compartir la carga, compartir los secretos) nos ofrece ya una cierta idea sobre su orientación general y nos adelanta alguna de sus conclusiones principales.
No debe sorprender a nadie que el enfoque de los autores del informe haya sido básicamente securitario. Hay para ello, desde luego, motivos de peso:
- a) La mayor parte de los países europeos son potencias pequeñas y medianas, carentes de capacidad de proyección exterior, por lo que sus aparatos de inteligencia están enfocados hacia amenazas de tipo interno (orientación securitaria). La UE es, desde luego, un actor global, pero parece que no ha sido capaz de generar hasta ahora una cultura de inteligencia propia que tenga en cuenta sus posibilidades y necesidades, radicalmente distintas de las de la casi totalidad de sus estados miembros.
- b) Frente a la tradición anglosajona de respeto y aprecio del trabajo de inteligencia, en Europa continental predomina una actitud recelosa, cuando no hostil. La inteligencia, para muchos, es esa parte inconfesable del aparato del estado (con sede, probablemente, en las famosas “cloacas”), algo con lo que las personas decentes no quieren verse mezcladas. Una actividad que solo tiene cierta justificación si se utiliza para oponerse a amenazas vitales para nuestra propia seguridad. Y aquí tenemos, de nuevo, el enfoque securitario.
Un segundo aspecto llama también la atención en el informe. En él, la inteligencia es tratada como una commodity, una materia prima. Es “algo” que se extrae (a ser posible, compartiendo gastos: sharing the burden), se comparte o se intercambia, “algo” que se utiliza. Se trata de un enfoque que puede funcionar relativamente bien en el nivel táctico, y con inteligencia de tipo securitario o militar, pero que no lo hace con la inteligencia estratégica. En el nivel estratégico, la consideración de la inteligencia como un “servicio” (que se presta a un cliente decisor) resulta mucho más apropiada. La inteligencia estratégica, más que “algo que se intercambia”, es un servicio que se ofrece a un cliente complejo, que, en el caso de la UE, tiene posibilidades y responsabilidades de carácter global.
¿Necesita la UE una inteligencia estratégica?
Hay quien cree que la UE no necesita una inteligencia estratégica propiamente dicha. Que siendo su proceso de toma de decisiones estratégicas de carácter intergubernamental, son los participantes en este proceso (los estados miembros) los que deben estar apoyados por sus propios sistemas de inteligencia estratégica, sin que haya espacio ni necesidad para que surja una inteligencia estratégica europea.
Un reciente ejemplo puede hacernos reflexionar sobre la insuficiencia de este enfoque.
“Cuando los funcionarios europeos reflexionaban sobre la reforma de los mercados energéticos de la UE en la década de los 2000, partieron de varias suposiciones. Primero, que entramos en la era del gas, es decir, que aumentará el consumo de combustible azul. En segundo lugar, que la producción propia de la UE comenzará a declinar. Tercero: que la UE es un mercado de compradores. Esto sugirió que muchos proveedores externos estarían interesados en acceder al mercado local para satisfacer la esperada demanda anticipada de gas importado. Esto implicaría, concluían los funcionarios europeos, que era necesario crear un mercado liberalizado al máximo a fin de que ninguno de los proveedores tuviera una posición dominante y todos pudieran competir entre sí en igualdad de condiciones”[2]. |
Las decisiones sobre seguridad energética en la UE han estado basadas en una determinada comprensión de la realidad y de su posible evolución. Una comprensión en la que las intenciones y posibilidades de determinados actores (en el caso que nos ocupa, de la Rusia de Putin) tenían una influencia fundamental. Dicho de otro modo, esas decisiones tenían una base de inteligencia estratégica[3]. A la vista de los resultados, una inteligencia estratégica bastante deficiente.
¿Y a quién encargamos de la inteligencia estratégica (como función)?
El término “inteligencia” ha venido utilizándose en un triple sentido: a) como función; b) como producto; c) como organización. En la “edad de oro de la inteligencia clásica” existía un solape importante entre estos tres sentidos: eran las organizaciones de inteligencia las que realizaban la función de inteligencia; una función que se traducía, sobre todo, en la generación y transmisión de productos de inteligencia. En estos momentos, ya no es así. La función de inteligencia, sobre todo si la vemos como un “servicio”, no requiere necesariamente la elaboración de “productos”. Y las organizaciones de inteligencia no tienen ya el monopolio sobre este tipo de actividades, en especial, en el nivel estratégico.
¿Necesita la UE poseer una inteligencia estratégica propia y de calidad? Sin duda. Ejemplos como el de la política energética lo confirman. Y aquí estamos hablando de “inteligencia-función”, porque no es necesario que esta inteligencia estratégica común sea elaborada/proporcionada por un servicio de inteligencia de la UE (o por una coordinadora de servicios de inteligencia de países miembros). Lo importante es que los participantes en el proceso sean conscientes de que están creando o utilizando inteligencia, y de que lo hagan con el rigor que este trabajo requiere.
En el ejemplo que consideramos, el gran error cometido es que un punto fundamental (intenciones y posibilidades de la Rusia de Putin) tiene un origen puramente político y es anterior al proceso analítico propiamente dicho, que lo toma como un “axioma” en torno al que debe construir el resto de la argumentación. En buena inteligencia estratégica, ese punto tendría que haber sido un resultado del análisis. Nos encontramos, pues, ante un caso de politización de la inteligencia estratégica, un caso que no hizo saltar las alarmas porque los que cayeron en él no eran conscientes de que estaban haciendo inteligencia.
Corolario
Sea quien sea quien la elabore, la inteligencia funciona mejor si está próxima a la toma de decisiones, pero separada de ella. Cuando no es así, nos encontramos en el ejemplo del que quiere ser abogado de sí mismo. Una muy mala idea, incluso en la UE.
[1] Puede encontrarse en la siguiente dirección: https://www.clingendael.org/sites/default/files/2021-09/EU-intelligence-cooperation.pdf (acceso: 04.10.2021). En la práctica, “europeo” es casi equivalente a “de la UE”.
[2] Frolov, A. (2021.09.16). Знаем мы газ. Аналитик Александр Фролов — о том, с чем связан рекордный рост цен на голубое топливо в Европе и что ждет рынок дальше. Izvestia. https://iz.ru/1222131/aleksandr-frolov/znaem-my-gaz (acceso: 28.09.2021).
[3] El que los participantes en el proceso no fueran conscientes de que estaban produciendo y utilizando inteligencia estratégica no afecta en nada a mi argumento. Es como el personaje de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo.
Afganistán: la culpa fue de la inteligencia (estratégica)
José Miguel Palacios, 4 de septiembre de 2021 |
“La culpa fue del cha cha cha”, cantaba Gabinete Caligari en 1989, y ahora, más de treinta años después, algunos de los mejores cerebros de Occidente están empeñados en averiguar de quién ha sido la culpa de lo que casi todos perciben como un enorme fracaso de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán. Y, entre los “sospechosos habituales”, figura en lugar destacado la inteligencia. Desde luego, en la literatura anglosajona, pero también en la española. Dos recientes muestras:
“Los servicios de inteligencia norteamericanos la han pifiado, pero también lo han hecho los de otras poderosas naciones presentes sobre el terreno. No parece tampoco que se opusieran a otro fallo cometido, el de fijar una fecha de retirada sin haber evacuado ordenadamente a los miles de personas que había que sacar por temor a represalias”[1] (Embajador Inocencio Arias).
“¿En ningún momento el CNI ha sabido algo? No pagamos este servicio para que nunca responda nada ni ante nadie”[2] (GD Rafael Dávila Álvarez).
Cuando nos enfrentamos a quejas de este estilo, a menudo lo que tenemos delante son casos de esperanzas no satisfechas. Le estamos pidiendo a un órgano, a una entidad o a una persona algo que no puede ofrecer. Y este parece ser el caso. Esperamos que la inteligencia estratégica nos proporcione algo que no está diseñada para producir:
a) La inteligencia no dispone de una bola de cristal y casi nunca puede ofrecer buenas predicciones sobre futuros acontecimientos o desarrollos. Quizá sí en situaciones simples, de limitada incertidumbre y evolución lenta y lineal. En estos casos, puede aceptarse que el futuro es una proyección del presente, de manera que si este se conoce bien, aquel no nos sorprenderá. El caso de Afganistán, sin embargo, era muy distinto. Como problema de inteligencia, el de la situación en Afganistán y su evolución probable era una “complejidad” (en el sentido en que Greg Treverton usa este concepto”[3]. Y cuando se enfrenta a “complejidades”, el problema para la inteligencia es que los recursos, técnicos y analíticos, que utiliza para enfrentarse a “rompecabezas” y a “misterios” tienen una utilidad muy limitada, de manera que el reto consiste en proporcionar a los decisores “algo” que pueda ayudarles a reducir la incertidumbre a la que tienen que enfrentarse. Ofrecer predicciones precisas sobre la evolución de “complejidades” es algo que no está al alcance de la inteligencia.
b) La inteligencia está diseñada y equipada para interesarse por lo que ocurre “al otro lado de la colina”. Su organización, sus recursos y su cultura profesional/organizativa resultan muy inadecuados cuando el problema que hay que estudiar está condicionado en todo (o en gran parte) por nuestras propias acciones y por las de nuestros aliados. La inteligencia no podía ofrecer buenas evaluaciones de la capacidad de resistencia de las fuerzas gubernamentales afganas porque eran “los nuestros” y, además, porque esa capacidad de resistencia dependía, en gran medida, de acciones que adoptaran Estados Unidos y otros países occidentales[4].
¿Por qué, entonces, se culpa a la inteligencia de este fracaso y de otros similares? Pues, fundamentalmente, porque se puede hacer a coste casi cero. La inteligencia está por completo ausente de este debate. El asesoramiento que presta no es público y sus informes seguirán siendo clasificados durante décadas, por lo que, en condiciones normales, no le resulta posible presentar evidencias que contradigan las acusaciones.
Y así es como la inteligencia estratégica se convierte en el perfecto “chivo expiatorio” (scape goat) en caso de crisis políticas graves. Por cierto, una función cada vez más importante en nuestro mundo postnormal[5].
[1] Arias, I. (2021, 2 de septiembre). Apocalipsis e hipocresía. Heraldo de Aragón. https://www.heraldo.es/noticias/opinion/2021/09/02/apocalipsis-e-hipocresia-1516560.html.
[2] Dávila Álvarez, R. (2021, 2 de septiembre). Afganistán (1). Al abandonar la posición. Blog General Dávila. https://generaldavila.com/2021/09/02/al-abandoinar-la-posicion-donde-quedan-los-heroes-de-afganistan-general-de-division-r-rafael-davila-alvarez/.
[3] Treverton, G. (2008). New Frontiers in Intelligence. Notes from seminar in Stockholm May 27-28 2008. Center for Assymetric Threat Studies. P. 20.
[4] Ver Sadat, S. (2021, 26 de agosto). I Commanded Afghan Troops This Year. We Were Betrayed. The New York Times , International edition. Recuperado a través de ProQuest.
[5] Palacios, J.M. (2018). The Role of Strategic Intelligence in the Post-Everything Age. International Journal of Intelligence, Security and Public Affairs 20:3. P. 195-196.
La inteligencia del mañana
José Miguel Palacios, 1 de junio de 2021 |
Don Norberto Cuesta Dutari fue un mítico catedrático de Análisis Matemático de la Universidad de Salamanca[1]. Intelectual de provincias en tiempos en los que serlo suponía estar aislado de las grandes corrientes de pensamiento que sí llegaban a centros como Madrid o Barcelona. Un aislamiento que, junto con muchos inconvenientes, ofrecía también la ventaja de poder ser original. Y don Norberto lo fue. Y no tuvo miedo de serlo. Y no le faltó valentía para reivindicar su derecho a pensar y a actuar a su manera, haciendo muy poco caso de las modas. Incluso de las modas académicas.
En español, hemos solido hablar de “matemáticas”[2], en plural, pero a principios de los años setenta se hablaba cada vez más de “la matemática”, en singular, un término que nos sonaba mucho más moderno. Nos sonaba a casi todos, pero no a don Norberto, que en sus escritos arremetió contra esta práctica, en su opinión poco rigurosa. Lo hizo, por ejemplo, en un libro de 1974, en el que sostenía que “hablar (…) de ‘la’ Matemática, cosa tan ‘moderna’ que ya lo hacían los ilustrados del siglo XVIII, queriendo resaltar, con el artículo singular, su unidad, es harto discutible: desde tiempos bien antiguos hay por lo menos dos irreconciliables: la constructivista finitista, la ontológica infinitista sin preocupaciones constructivas”[3].
Algo parecido ocurre con la inteligencia. Hablamos de “inteligencia”, en singular, enseñamos y aprendemos “inteligencia”[4] y, en ocasiones, no nos damos cuenta de que nos estamos refiriendo a dos inteligencias claramente diferenciadas.
Tenemos, por una parte, la inteligencia que podríamos llamar “táctica” o, con más propiedad, “concreta”. Es una inteligencia muy basada en una adquisición de calidad y que tiene como objetivo poner en manos de los decisores (de cualquier nivel) una información que no está disponible de ningún otro modo. Se trata de una inteligencia cada vez más tecnificada y que, para estar a la altura de los tiempos, debe presentar resultados precisos en el menor tiempo posible. Es una inteligencia en la que el secreto sigue siendo muy importante. Es una inteligencia que, por las características de la sociedad de la información en la que vivimos, resulta cada vez más necesaria. Es una inteligencia que, por el importante coste de los medios técnicos punteros que necesita, tiene que ser practicada por organizaciones especialmente dedicadas a ello. Organizaciones a las que tradicionalmente hemos llamado “servicios de inteligencia”.
Existe también otra inteligencia, la “estratégica”, que nos permite entender el sentido del mundo que nos rodea y valorar en qué medida influye sobre los proyectos e intereses de los “clientes”[5]. Es una inteligencia muy próxima al proceso de toma de decisiones, una inteligencia a la que se plantea en toda su crudeza el dilema entre “ser útil” y “ser objetiva”. Una inteligencia que tiene que competir con multitud de proveedores alternativos de explicaciones estratégicas[6]. Una inteligencia que, como acertadamente ha comentado Stephen Marrin, es poco útil para los decisores: si coincide con lo que ellos ya piensan, es redundante; si difiere, entonces los decisores se ven obligados a elegir entre sus propias ideas (las que aportan sus equipos políticos) y las de la inteligencia (y se decantan a menudo por las primeras)[7].
Vemos, pues, que existen dos inteligencias. Una concreta y una abstracta. Una basada en la obtención y la otra basada en el análisis. Una que trata, sobre todo, de rompecabezas, y otra que lo hace de misterios y complejidades[8]. Una que es, ante todo, deductiva, y otra que a menudo tiene que ser inductiva. Una que el cliente desea cada vez más, y otra que simplemente acepta por cortesía. O porque las organizaciones de inteligencia siguen teniendo acceso al sistema toma de decisiones cuando este sistema se encuentra muy institucionalizado.
Dos inteligencias y también dos profesiones. En las condiciones actuales el trabajo de las dos inteligencias es tan diferente, las exigencias de formación y la mentalidad que se requiere tan distintas, que parece difícil que un buen analista de inteligencia táctica acabe convirtiéndose en analista estratégico. El análisis estratégico no es el escalón superior del análisis táctico, y la excelencia en este último no conduce necesariamente al primero. Son profesiones distintas y cuando buenos analistas tácticos se convierten en competentes analistas estratégicos no es porque exista una continuidad natural entre ambas profesiones, sino porque los seres humanos somos así. El que uno sea un gran matemático no lo convierte en experto en literatura conceptista, pero tampoco lo impide[9]. Son dos disciplinas distintas que la misma persona puede llegar a dominar.
Tres ideas para resumir este post:
– Los servicios de inteligencia del futuro próximo tenderán a reorientarse hacia actividades de “inteligencia concreta”, en las que no tienen rivales y cuyos resultados son muy apreciados por los clientes. Estas actividades dependen en gran medida de la posesión y desarrollo de medios tecnológicos a la altura de los tiempos.
– La inteligencia estratégica, como función, seguirá siendo importante. Aunque no necesariamente tendrá que ser desarrollada por servicios de inteligencia. Estructuras más ligeras, en las que el secreto tiene menos importancia y el capital humano (experiencia de los analistas) mayor valor, pueden competir con ventaja con ellos[10].
– Tiene poco sentido formar conjuntamente a los analistas tácticos y a los estratégicos, o pensar que los primeros, con el tiempo y la experiencia, llegarán a convertirse en los segundos. Las dos funciones, las dos profesiones son importantes, pero distintas.
[1] Norberto Cuesta Dutari. (2021, 22 de mayo). Wikipedia, La enciclopedia libre. Fecha de consulta: 09:05, mayo 31, 2021 desde https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Norberto_Cuesta_Dutari&oldid=135745950.
[2] Para muchos alumnos de enseñanza media, el gran “coco” eran “las mates” (en plural).
[3] Cuesta Dutari, N. (1974). 40 lecciones de Análisis Matemático. Salamanca, edición del autor. P. 7.
[4] Por ejemplo, en el Máster Interuniversitario en Analista de Inteligencia. Ver https://www.urjc.es/component/k2/1350-master-interuniversitario-en-analista-de-inteligencia (acceso: 31.05.2021).
[5] David Marquand se ha lamentado de que “lentamente, gradualmente, pero inexorablemente el lenguaje del mercado ha desplazado al lenguaje de servicio y de ciudadanía”. Ver Marquand, D. (2014). Mammon’s Kingdom: An Essay on Britain, Now. Kindle edition. Penguin UK. Pos. 1980. Aun compartiendo las razones de Marquand, voy a emplear el término “cliente”, ampliamente utilizado en la literatura moderna sobre “inteligencias”.
[6] “The last lesson about intelligence support to policymaking is that intelligence does not drive policy. Policymakers drive policy. Intelligence forms a crucial part of their intellectual background, but competing with intelligence are their prejudices and opinions formed over lifetimes of thinking about politics and history. These influences may include an undergraduate professor of political science, personal experience, the headlines of the New York Times, domestic political pressures, and a host of other factors”. Miller, P. D. (2010). Working for the War Czar. Intelligence Support During Crises. Studies in Intelligence, 54(2)0. P. 8. Disponible en https://www.cia.gov/static/00036a44c24ea4cd3946901cb7066830/Lessons-for-Intel-Support.pdf (acceso: 31.05.2021).
[7] Marrin, S. (2017). Why strategic intelligence analysis has limited influence on American foreign policy. Intelligence and National Security, 32:6, 725-742. DOI:10.1080/02684527.2016.1275139P (acceso: 31.05.2021). Página 731: «Viewed from the perspective of decisionmakers, intelligence analysis serves as a check on their judgment; if it confirms what they already think of a situation, then it is both confirmatory and redundant. But if the intelligence analysis provides a new interpretation or assessment, then the decisionmakers must decide whether to use that different interpretation or assessment as a way to revise their own analysis. (…) Frequently policymakers will choose their own interpretation over that of intelligence analysts (…) making the intelligence analysis appear as if it were ignored».
[8] En el sentido que Greg Treverton da a estos términos. Treverton, G.F. (2003). Reshaping National Intelligence for an Age of Information. Cambridge University Press. Pp. 11-12.
[9] Era el caso de don Norberto Cuesta Dutari.
[10] En 2007, James D. Marchio comentaba en un trabajo publicado en 2007 que la mayor parte de los académicos llegó a las mismas conclusiones que la comunidad de inteligencia sobre la fiabilidad de los países no soviéticos del Pacto de Varsovia. La pregunta lógica era, evidentemente, por qué pagar un caro servicio de inteligencia cuando se podía conseguir el mismo resultado recurriendo al trabajo de órganos más ligeros y baratos. Marchio, J.D. (2007). US Intelligence Assessments and the Reliability of Non-Soviet Warsaw Pact Armed Forces, 1946–89. Studies in Intelligence 51, 4 (Extracts-December 2007). P. 12.
La inteligencia en la lucha contra la pandemia
José Miguel Palacios, 10 de noviembre de 2020 |
En un libro publicado en 2011[1] transcribía Tom Fingar[2] (en forma condensada) una serie de conversaciones que había tenido con miembros del Congreso interesados en que el NIC[3] escribiera una estimación estratégica sobre el cambio climático:
Miembro: Necesitamos una estimación sobre el cambio climático.
Yo: No trabajamos sobre el cambio climático; hable con NOAA[4] o la Academia Nacional de Ciencias.
Miembro: Pero confiamos en usted y sabemos que obtendremos una evaluación objetiva.
Yo: Gracias, pero el NIC no sabe nada de climatología.
Miembro: Pero confiamos en usted, y el NIC analiza los desarrollos geopolíticos, ¿verdad?
Yo: Sí, pero nos sigue faltando experiencia en cambio climático.
Miembro: OK, entonces haga un NIE sobre la geopolítica del cambio climático global. (Fingar, 61).
Hay muchas definiciones de inteligencia, pero la mayoría de ellas incluyen dos elementos centrales: a) se trata de un tipo especial de “conocimiento”, y b) sirve para apoyar el proceso de toma de decisiones. De alguna manera, no siempre explicitada, se entiende también que la inteligencia se ocupa, sobre todo, de asuntos relacionados con la “seguridad”. Y, claro, si el concepto de seguridad se amplía, también debe ampliarse el campo de acción de la inteligencia.
Hace algunas décadas, se hablaba de “seguridad exterior” (frente a agresiones externas) y “seguridad interior” (frente a amenazas de tipo interno), pero esta división clasificación simple de los tipos de seguridad ha quedado ya completamente superada. Así, en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017[5] se “adopta una visión integral de la seguridad, entendida esta como servicio público objeto de una acción del Estado dirigida a proteger la libertad, los derechos y bienestar de los ciudadanos, a garantizar la defensa de España y sus principios y valores constitucionales, así como a contribuir junto a sus socios y aliados a la seguridad internacional en el cumplimiento de los compromisos acordados” (ESN, 16). Por ello, entre las amenazas y desafíos para la Seguridad Nacional se incluyen algunos que se podrían inscribir en la idea tradicional de seguridad (conflictos armados, terrorismo, proliferación de armas de destrucción masiva, vulnerabilidad del espacio marítimo, aéreo y ultraterrestre, espionaje), mientras que otros son más novedosos (crimen organizado, vulnerabilidad del ciberespacio, inestabilidad económica y financiera, vulnerabilidad energética, flujos migratorios irregulares, emergencias y catástrofes, epidemias y pandemias, efectos del cambio climático) (ESN, 59-77). Todos estos grandes temas pueden y deben ser objeto de la atención de la inteligencia.
A lo largo de 2020, el Departamento de Seguridad Nacional ha elaborado diversos informes[6], tanto clasificados como abiertos, sobre la pandemia y sus posibles repercusiones. Aunque el Departamento no es un servicio de inteligencia, podemos aceptar que realiza funciones de inteligencia al crear y transmitir conocimiento en apoyo al proceso de toma de decisiones. En particular, conocimiento sobre materias relacionadas con la seguridad nacional. Y sí, la parece estar absorbiendo una parte considerable de su atención. También en otros países, las agencias de inteligencia se han implicado activamente en la lucha contra la pandemia[7].
Moraleja: a medida que se amplía el concepto de seguridad, aumentan también los temas que pueden ser objeto de la atención de los servicios de inteligencia. Como decía hace casi cuarenta años Alexandre de Marenches[8], que fuera Director del servicio exterior francés SDECE, “el campo de acción de los Servicios Secretos es ilimitado: injerencia, desinformación, subversión, que hay que detectar y contrarrestar, observación del planeta, con coincidencias sorprendentes entre ciertos fenómenos, observación también desde el espacio y desde las profundidades del mar”[9].
El problema es cómo enfocar temas siempre nuevos, temas sobre los que no existe experiencia previa en el servicio de inteligencia. Ni bases de datos propias ni analistas con una comprensión sofisticada de ellos. ¿Existe alternativa a la cooperación con especialistas ajenos a los servicios? Y si no existe alternativa, ¿hay una forma práctica y eficaz de fomentar y organizar esta cooperación tan necesaria?
[1] Fingar, T. (2011). Reducing uncertainty: Intelligence analysis and national security. Stanford University Press.
[2] Para una biografía de Fingar, véase Wikipedia contributors. (2020, October 13). Thomas Fingar. In Wikipedia, The Free Encyclopedia. Retrieved 17:52, November 9, 2020, from https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Thomas_Fingar&oldid=983306983.
[3] National Intelligence Council. Órgano de la Comunidad de Inteligencia norteamericana encargado de elaborar la inteligencia estratégica de más alto nivel (los National Intelligence Estimates). Fingar fue su presidente entre 2005 y 2008.
[4] https://www.noaa.gov/
[5] https://www.defensa.gob.es/Galerias/defensadocs/Estrategia_Seguriad_Nacional_2017.pdf
[6] Véase, por ejemplo, https://elpais.com/espana/2020-10-11/el-pp-manipula-informes-de-la-moncloa-para-culpar-a-sanchez-de-la-pandemia.html.
[7] Para el caso particular de Israel, veáse, por ejemplo, Kahana, E. (2020). Intelligence Against COVID-19: Israeli Case Study. International Journal of Intelligence and CounterIntelligence, DOI: 10.1080/08850607.2020.1783620. También, Shpiro. S. (2020). Israeli Intelligence and the Coronavirus Crisis. International Journal of Intelligence and CounterIntelligence, DOI: 10.1080/08850607.2020.1805711.
[8] Alexandre de Marenches. (2020, août 15). Wikipédia, l’encyclopédie libre. Page consultée le 07:50, août 15, 2020 à partir de http://fr.wikipedia.org/w/index.php?title=Alexandre_de_Marenches&oldid=173833892.
[9] Ockrent, C. y Alexandre de Marenches (1986). Dans le secret des princes. Paris: Stock. P. 313.