Stephen Marrin[1] |
En un artículo publicado a mediados de diciembre de 2023 en The National Interest, David C. Hendrickson[2] sostenía que la falta de comprensión de la resiliencia del régimen político ruso, así como del sistema productivo de ese país, había sido un “enorme fallo de inteligencia” (massive intelligence failure), compartido por Estados Unidos y Ucrania.
Existe una amplia literatura científica sobre los fallos de inteligencia, que siempre parecen más interesantes que los aciertos. A un nivel más de andar por casa, es un tema que también se ha tratado con frecuencia en blogs especializados. Por ejemplo, en este, centrando la atención sobre los fallos de la inteligencia estratégica rusa en el conflicto de Ucrania[3].
En este post discutiremos la polémica afirmación de Hendrickson. ¿Es verdad que no solo la inteligencia rusa se ha equivocado con Ucrania, que también la norteamericana lo ha hecho?
¿Debe la inteligencia predecir el futuro?
Tom Fingar escribió en su momento que “el objetivo último de la inteligencia es darle forma al futuro, no predecir lo que ocurrirá”[4]. Y es así. Nadie conoce el futuro y, en la mayor parte de los casos, no se puede exigir a la inteligencia estratégica que lo prediga. Lo que sí se le puede y se le debe pedir es que ayude a los decisores a comprender mejor el presente de tal manera que el futuro no les sorprenda. En particular, que comprendan cómo puede ser el futuro si sobre el presente (a ser posible, bien conocido y comprendido) se actúa con determinadas palancas (es decir, con determinadas políticas)[5].
Y aquí, tenemos que dar razón a Hendrickson y aceptar que sí ha habido fallos importantes:
1) Sobre la solidez del régimen ruso. O bien se tenía una mala comprensión del actual régimen ruso y de las bases del poder de Vladimir Putin, o bien no se han entendido los efectos que podrían tener sobre él las acciones de presión decididas por Estados Unidos y secundadas por sus aliados. Era un “futuro” que habría sido posible de prever, porque todos los factores importantes que contribuían a conformarlo eran conocidos (o deberían serlo).
2) Sobre la solidez de la economía rusa. El mismo comentario vale. Un buen trabajo de inteligencia estratégica debería haber sido capaz de adelantar los posibles efectos de las sanciones sobre la economía rusa, las contramedidas que los rusos adoptarían y su efectividad. En un plano más bajo, deberían haber permitido comprender la posible evolución de la producción militar rusa y sus efectos sobre el nivel de vida de la población. Como en el caso anterior, la mayor parte de los factores relevantes eran, o deberían ser, conocidos, por lo que la inteligencia estratégica prospectiva tendría que haber ofrecido un pronóstico bastante preciso.
En ninguno de los casos, la inteligencia se enfrentaba a la caótica interacción de numerosas fuerzas mal conocidas. Se trataba de un experimento estrictamente controlado, en el que a una situación de partida que la inteligencia hubiera debido comprender bien se aplicó una serie de estímulos, también perfectamente conocidos. Si el trabajo hubiera estado bien hecho, la reacción del sistema no habría tenido que ser una sorpresa.
Hubo un fallo, pues. Pero, ¿fue un fallo de inteligencia?
¿De verdad la inteligencia es culpable?
Pues quizá no. Quizá la inteligencia no sea la culpable. Porque, en realidad, no tenemos constancia de que las decisiones del Presidente Biden hayan ido en línea con la inteligencia que recibía.
Estados Unidos ha hecho durante años un gran esfuerzo para vender la idea de la “omnisciencia” de su comunidad de inteligencia, lo que resultaba útil para presionar a posibles adversarios, pero también para dar un peso adicional a las decisiones que adoptaba el ejecutivo. Desde este punto de vista, el enfoque clásico de que las decisiones se toman sobre la base de la inteligencia disponible (evidence-based policy) es perfectamente lógico[6]. Aunque inexacto.
Como nos recuerda Stephen Marrin (Marrin, 2017) y muchos otros autores, en Estados Unidos (y, posiblemente, también en otros países), las grandes decisiones no se toman sobre la base de los informes de inteligencia. De hecho, la influencia de la inteligencia sobre ellas puede ser bastante modesta. Hay todo tipo de explicaciones para ello y el excelente trabajo de Marrin explora muchas de ellas.
Fallo, sí. De inteligencia, quizá no.
[1] Marrin, S. (2017) Why strategic intelligence analysis has limited influence on American foreign policy, Intelligence and National Security, 32:6, 726, DOI:10.1080/02684527.2016.1275139.
[2] David C. Hendrickson (12.12.2023). No, The U.S. Did Not Sabotage Russia-Ukraine Peace. The National Interest. https://nationalinterest.org/feature/no-us-did-not-sabotage-russia-ukraine-peace-207902 (acceso: 16.12.2023). Para datos biográficos de Hendrickson, puede consultarse su website personal: https://davidhendrickson.org/ (acceso: 18.12.2023).
[3] La inteligencia estratégica rusa en el conflicto de Ucrania. 3 de marzo de 2022. http://serviciosdeinteligencia.com/la-inteligencia-estrategica-rusa-en-el-conflicto-de-ucrania/ (acceso: 18.12.2023).
[4] «The ultimate goal is to shape the future, not to predict what it will be». Véase T. Fingar (2011). Reducing Uncertainty: Intelligence Analysis and National Security. Stanford University Press. P. 53.
[5] Es obvio que el problema analítico es totalmente distinto en el caso de grandes potencias (cuyas políticas contribuyen a definir o condicionar la evolución del conjunto del sistema) y las pequeñas (las demás). En este texto tratamos el problema de la principal gran potencia, Estados Unidos.
[6] Para una breve descripción reciente de cómo debería funcionar la inteligencia en el proceso de toma de decisiones, véase Martínez Isidoro, R. (2024, 10 de enero). Decisión, inteligencia y responsabilidad. El Debate. https://www.eldebate.com/opinion/en-primera-linea/20240110/decision-inteligencia-responsabilidad_165795.html (acceso: 10.01.2024).