Daniel Terrón Santos
BlogLa crisis como exégesis de la Inteligencia. Una cuestión práctica.
Daniel Terrón Santos
Universidad de Salamanca
Codirector de la Cátedra “Almirante Martín Granizo”
abril de 2020 |
Hasta hace no mucho era poco frecuente encontrar los términos crisis e inteligencia en el mismo párrafo. Al margen de la situación generada por el COVID-19, crisis con mayúsculas por todo lo conocido y por lo sin conocer, el término lo vamos a emplear para diferenciar ésta de aquellas situaciones que impliquen un conflicto bélico, declarado o no. Alejándonos igualmente de las épocas o momentos pre-bélicos, dado que éstos no son más que caldos de cultivo para las consecuencias posteriores, donde las intervenciones de los servicios de inteligencia están demasiado condicionados por la situación en la que desembocan estos periodos, diferenciándose en poco de la labor que desarrollarán de forma postrera.
Luego será preciso entender el concepto de crisis desde una perspectiva amplia, sin focalizarlo en un único campo y tomando en consideración factores políticos, sociales o económicos. Factores susceptibles de sufrir perturbaciones que desembocarán, de no haberse podido prever y evitar, en inestabilidad de estados o instituciones, que requerirán de actuaciones correctoras por parte de los órganos responsables, para detectar, paliar, corregir, resolver o simplemente conseguir subsistir.
Visto así, no queda si no incidir en el carácter ciertamente previsible de los cambios que se producen, crisis mediante. Todo cambio, mayor o menor, consecuencia de una crisis, es previsible. Podrá existir cierto grado de incertidumbre en cuanto a su reversibilidad o grado de profundidad, que es lo que diferencia a un cambio de una mera reacción automática. Incluso podrá arrastrar tras de sí consecuencias trascendentales, que van más allá de una crisis y que pueden culminar en revoluciones o fenómenos análogos. Pero todo esto no empece para que se postule su previsibilidad, consecuencia de los signos externos que vaticinan dicho cambio.
Pudiera parecer que hablar de crisis y revolución necesariamente implica violencia, sobre todo al hacerlo de ésta última, pero nada más lejos de la realidad. Un cambio tecnológico, uno social o un nuevo paradigma, son motores de cambio suficientes para provocar que una sociedad cambie su estructura incluso su gobierno, de forma más o menos radical. Incluso el agotamiento de un ideario político o el propio hastío en la población respecto a éste, pueden suponer cambios radicales en la sociedad y su organización.
Dicho esto, una concepción tradicional, contemplaría, incluso justificaría, únicamente la labor de los servicios de inteligencia en aquellos casos donde estuviera presente un casus belli, o se presumiera una revolución, sin embargo, esto ni puede, ni debe, ni es así, afortunadamente. Nuestra sociedad, la de hoy, que, pese a no parecerlo, es la misma en lo básico, que la de hace 50-60 años, incluso podríamos ir más atrás, sólo que, habiendo pasado por diversas crisis y sus obligatorios cambios, es fiel fedataria de lo anterior. La continua transformación en el que está inmersa la sociedad, produce que surjan nuevas realidades, unas positivas y otras todo lo contrario. Entre éstas últimas nos encontraríamos con amenazas a la Seguridad nacional e internacional a las que debemos hacer frente mediante políticas públicas de prevención adecuadas. Para esto es preciso contar con unos servicios de inteligencia actuales y modernos; especializados y capaces de poder afrontar cualquier tipo de crisis, amenaza, riego o vulnerabilidad a nuestros intereses nacionales, en sus diferentes manifestaciones y cualesquiera que éstos fueran, nuestra forma de vida y costumbres y nuestro ordenamiento jurídico.
Actualmente la sociedad se mueve en periodos de alarma y respuesta reducidos, y de ciclos de decisión cortos, siendo la clave del éxito la anticipación, que se facilita a través de la inteligencia oportuna. Los conflictos, en su máxima expresión la guerra, las crisis, o la mera defensa de los intereses nacionales tiene múltiples actores que deben trabajar integrados para dar respuesta a situaciones complejas. Estamos ante un entorno internacional de seguridad más convulso, caracterizado por la velocidad del cambio, los choques estratégicos y la proliferación de “crisis”. Se antoja fundamental comprender la motivación de los cambios, pero sobre todo anticiparse a sus consecuencias y gestionar la incertidumbre, dotándose de estructuras dinámicas y flexibles.
Pero gestionar las crisis no es algo sencillo, de lo contrario no sería crisis. Entre las distintas fases en la gestión de crisis en un arco temporal (desde la alerta temprana hasta la respuesta), cobra particular relevancia el seguimiento permanente del entorno de seguridad y sus constantes cambios, los sistemas de inteligencia e información, el desarrollo de metodologías de análisis de riesgos y de instrumentos que contribuyan a la protección contra la desinformación, así como la formación o la realización de ejercicios de gestión de crisis.
La respuesta a la crisis, implica tener mecanismos y estructuras, públicas y privadas, de gestión apropiados. Mecanismos tanto para captar la información necesaria –sensores o sondas-, desde un determinado espacio-temporal, como los precisos para trabajar en procesos intelectivos con esa información, y los que se encarguen de transmitirla, previa comparación con otras, obtenidas en situaciones similares. Sin olvidar aquellos que, al final, tras el análisis casi instantáneo de la información, sean capaces de dar una orden, adoptar una decisión, etc. con los fines pretendidos, ya sea de carácter político, económico o militar. La inteligencia se tiene que adaptar a cualquier situación, aunque no sea la ideal ni la menos conflictiva.
Conviene dar una lectura rápida a la Estrategia de Seguridad Nacional (2017), donde se reconoce la existencia de ámbitos de especial interés, como son la ciberseguridad o la seguridad energética, en los que no solo se requiere la actuación de los componentes fundamentales, sino del conjunto de las administraciones y de la sociedad en general. A esto debemos añadir la conectividad de un mundo en red, que incluye el internet de las cosas, la inteligencia artificial, la ingeniería genética y la robotización tendrán importantes implicaciones para la seguridad. Por eso, desde la perspectiva de la seguridad, nacional o incluso global, la interconectividad diluye las fronteras, habrá que dirigir esfuerzos en implementar un sistema eficaz de gobernanza sobre las nuevas tecnologías.
Uno de los factores no tradicionales es la proliferación de actores no estatales en la esfera internacional con sus consecuencias inherentes: presencia cada vez mayor de intereses contrapuestos. Este fenómeno se ve espoleado, en muchas ocasiones, por la falta de cohesión social dentro de las propias fronteras estatales, o por la lucha por hacerse con los recursos escasos –los nuevos materiales, las tierras raras, etc., que hacen depender el desarrollo tecnológico, el control de las fuentes de energía –aquí las renovables darían un giro definitivo al estado de la cuestión-, o las propias cuestiones medioambientales, sin olvidar la escasez de alimentos, que, al igual que la anterior puede generar movimientos migratorios descontrolados y de cierta envergadura. Todos ellos son riesgos de ámbito internacional, quedando fuera del control de un único actor. Además, quizá sea lo más importante, aunque no siempre se observe a primera vista, se trata de fenómenos pluridimensionales, y donde está férreamente asida la presencia de competencia entre operadores, luego se han de abordar desde una perspectiva de cooperación e interdependencia, pero manteniendo la competencia por un mejor posicionamiento.
Bien hacíamos cuando planteamos no dejar fuera a los actores privados en esta cuestión, pese a la posición preponderante del Estado y sus estructuras. Como mínimo es de esperar la respuesta de las empresas estratégicas, de los operadores de infraestructuras críticas, de los centros de investigación o prospectiva y de la sociedad civil en su conjunto. En el contexto actual de crisis constantes, el fomento de la resiliencia de la sociedad y de las Administraciones adquiere una importancia esencial. Desarrollar la capacidad de superar situaciones que implican riesgos de resultados negativos, es la primera parte de la labor, completada con el mantenimiento de estabilidad necesaria para garantizar la continuidad en la acción del Gobierno, mediante la adaptación positiva a la situación adversa.
Esto supone garantizar la protección de los ciudadanos junto con la provisión de los servicios esenciales, para retornar al estado de normalidad en el menor tiempo posible. Esto no implica volver hacia atrás, sino adaptarse. Hay que tener en cuenta que no todo cambio es reversible, ni tampoco necesariamente negativo. Puede ser que el cambio, aun siendo para bien, implique, al menos en su comienzo, situaciones desfavorables debidas a la falta de previsión y anticipación, que haga más o menos difícil la adaptación de infraestructuras y servicios al mismo. En ese caso, habrá que procurar minimizar las consecuencias negativas sobre la seguridad y el bienestar de los ciudadanos, en lo que dure el proceso de adaptación. Ante este tipo de situaciones, la comunicación es una herramienta estratégica, en tanto que es el cauce idóneo para transmitir a la sociedad una información veraz, ajustada y oportuna, generando, como mínimo, una seguridad percibida.
La inteligencia es indiferente al escenario de que se trate. Le da igual que sea un campo de batalla militar, un espacio comercial o industrial, o cualquier ámbito político, tampoco estará mediatizada por los actores de esos escenarios. No prefiere a unos sobre otros, se limita a tomar en consideración los ámbitos de desempeño material y funcional, a la par que procura poner de manifiesto los objetivos e intereses de todos los actores, su capacidad y motivación. No puede ser ajena a ningún escenario y, en todos ellos, tiene que dar a conocer cómo interactúan los actores. Además, permitir al decisor tener la iniciativa, exige mirar hacia adelante, teniendo presente lo pasado, sin perder de vista a la situación actual, en definitiva, tiene un componente de prospectiva fundamental.